Los años dorados en los que el Partido de los Trabajadores del Brasil era un referente internacional para la izquierda de toda América Latina parecen ahora soterrados bajo la victoria de Jair Bolsonaro.
La agrupación del ex Presidente Lula da Silva, una superpotencia política a lo largo de las últimas tres décadas, acaba de ver la derrota de su candidato, Fernando Haddad, y contemplar cómo su presencia en el Congreso se reducía a 56 diputados, una sombra de lo que fue.
Es el fin de su aventura en el poder ejecutivo, donde desembarcó en 2002, y de su aplastante supremacía en el legislativo. El papel del partido como líder incontestable de la izquierda brasileña está amenazado por primera vez en décadas.
Nadie duda del peso que aún tiene el PT, que sigue siendo el mayor partido de izquierdas de Brasil. Lo que sí se duda es cómo va a salir de esta. Su principal líder, Lula da Silva, está encarcelado por corrupción y nada indica que lo vayan a liberar pronto. Su sustituto como cartel electoral, Fernando Haddad, nunca fue uno de los barones del partido.
Quienes parecen destinados a ocupar el hueco que dejan Haddad y Lula son los políticos regionales del nordeste, el enclave más pobre de Brasil, allí donde el partido logra siempre sus mejores resultados electorales. Es de ahí, por ejemplo, de donde viene el ex gobernador de Bahía Jaques Wagner, quien se perfila como uno de los petistas que más poder tendrá en el partido a partir de los últimos acontecimientos.
El PT y Lula, superpotencias políticas a lo largo de las últimas tres décadas, sufrieron la derrota de su candidato, Fernando Haddad, y la caída del apoyo en el congreso.
Con Lula preso y Haddad afuera, el ex gobernador de Bahía Jaques Wagner, se perfila como uno de los petistas con más peso.