LONDRES – En una de esas madrugadas de sofocante insomnio, me encontraba navegando por las interconexiones informativas de Google cuando de repente caí con el concepto de “agorafobia”. Tanteé los lentes sobre la mesita de noche y le subí el brillo a la pantalla del teléfono. “…[agorafobia] se caracteriza por la evitación de situaciones en las que puede generarse una reacción de ansiedad y resultaría difícil escaparse de ellas sin que los demás se diesen cuenta”, reseña la página de la Asociación Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS) en el apartado de trastornos. Prendí la luz del cuarto.
“O sin que el país entero se diese cuenta”, me quedé pensando. Horas antes, consultando los diarios electrónicos, había leído que este pasado lunes los ministros de Exteriores de la Unión Europea aprobaron sancionar a once funcionarios del Gobierno de Venezuela por violación a los derechos humanos. Conocidas caras de la revolución, Delcy Rodríguez, Sandra Oblitas, Elías Jaua, Freddy Bernal, Socorro Hernández y Xavier Moreno han sido vetados por los países europeos que conforman dicha organización, “de conformidad con las normas democráticas internacionales”. No obstante, coincido con las declaraciones del canciller de España, Josep Borrel, cuando comentó, ese mismo lunes, que la profunda crisis de nuestro país no se resolverá a costilla de estrategias políticas como esta. Por lo contrario, el apartamiento diplomático ejercido sobre el chavismo no hace sino consolidar su benefactor encierro, o, mejor dicho, consolidar su comodidad entre las sombras.
Un tiro que sale por la culata.
Abril de 2018. 10:00 A.M. Minutos antes de salir del aeropuerto Charles de Gaulle, aún revisaba el código de mi boleto para asegurarme de que estaba en el avión correcto. Tal parecía que yo era el único venezolano a bordo; la única cucaracha criolla que iba sentada en medio de aquel baile aéreo de gallinas asiáticas. De no haber leído las siglas “FR-VZLA” en las mini pantallas, hubiese jurado que estaba yendo directo a Hong Kong.
Una economy class ocupada por decenas de ojos apretados, medias en sandalias, cabellos azabaches y cartas de recomendación membretadas. Chinos. “Reciba un cordial y revolucionario saludo”, le leí a la tipa de al lado, quien cargaba unas carpetas con el logo de PDVSA. La tajada de pastel estaba en Venezuela y había que ir a buscarla. Un crépito de turbinas, unas señalizaciones titilantes y el avión se dio al despegue. Estabilizados en el aire, las cabin crew aparecieron a lo largo del pasillo al estilo del ballet de la Ópera de París.
De almuerzo, papas al horno, asado negro y ensalada mixta; de postre, las planillitas aduaneras del Servicio de Administración Aduanera y Tributaria (SENIAT). Sin bolígrafo, me fui a la cocina y le pedí uno a la azafata que estaba limpiando las tazas. La mujer, al escucharme el acento y ver mi pasaporte vinotinto, me preguntó enseguida:
- ¿Es realmente como se ve en los diarios?
- Bueno, yo no le recomendaría a ningún turista que fuese al país en estas condiciones – contesté.
- Verá, Monsieur, es que no comprendo. A los de Air France no nos dejan salir del hotel en Maiquetía. Apenas aterrizamos, nos conducen hasta el lobby y allí nos quedamos, encerrados en las habitaciones. Yo quisiera salir, ir a la playa, tomar fotos; desde arriba se ve espectacular. ¿Cómo hace la gente para vivir?, ¿cómo ir al trabajo?, ¿cómo comer?
- Vaya y dígaselo al gobierno.
- ¿Usted es simpatizante de Maduro?
- No.
- ¿Sabe una cosa? Hay varios familiares de su presidente sentados en first class - la azafata bajó la voz, como si estuviésemos chismeando en el cafetín de cualquier funeraria del este de Caracas.
- ¿En este vuelo comercial?, ¿usted me está hablando en serio?
- Sí, está la yerna y algunos funcionarios de chaleco rojo. Increíble. Verá, Monsieur, a diferencia de los pasajeros de first class de otros vuelos corrientes, esta gente pidió bloquearle el tránsito al público por esa cabina. Si usted desea ir al baño y necesita pasar por first class, pues está prohibido. En efecto, cerca de las puertas de emergencia frontales, se veían unas cortinas abiertas a propósito, de par en par. Calladitos, sin que el país entero se diese cuenta.
Do not disturb, please, rezaba el letrerito verde que colgaba de la first class socialista, aquella del Wiski, de las butacas reclinables y de las promesas incumplidas.
Hablamos de una revolución atosigada por situaciones latentemente ansiógenas, donde el miedo a ser expuesta/señalada la obliga a recrear atmósferas de confort. Espacios “doble B”, es decir, de burbujas-burocráticas. Guardaespaldas, chalecos antibalas, testaferros, carros blindados, prohibiciones judiciales, censuras televisivas y radiofónicas, controles sobre el internet, reservaciones en restaurantes, cabinas de avión privatizadas, etc., etc., son demostraciones de que el ataque de pánico del gobierno es previsible y está provocado por presiones externas a su conjunto, bien sean nacionales o internacionales. El gobierno apela al aislamiento como recurso de amparo, como predicción del escarnio público que causa la evasión de sus responsabilidades sociales.
La crisis de legitimidad del chavismo es inminente, cuestión que trae consigo la reducción de su potencial político para el ejercicio de la ciudadanía. El hecho de escapar no le permite darse cuenta de esto; incluso, lo que consigue es darse la razón a sí mismo porque, gracias a que huye de las situaciones riesgosas, está siempre sano y salvo. A esto me refiero al afirmar que el apartamiento diplomático ejercido sobre el chavismo no hace sino consolidar su benefactor encierro. La fobia a estar expuestos, lejos de ser un trastorno, representa la clave del juego político establecido. De allí que, a pesar del colapso de las instituciones públicas y privadas, la respuesta será siempre la misma: do not disturb, please, como el letrerito.
A pesar del desfalque petrolero, el quiebre del sector privado y los nefastos acuerdos hipotecarios con países como China, do not disturb, please.
A pesar de la crisis humanitaria y la mortalidad que repunta, do not disturb, please.
Según la agencia EFE en su edición para América Latina, más de cuarenta funcionarios venezolanos de alto mando han sido sancionados en los últimos dos años, incluyendo al propio jefe de Estado, Nicolás Maduro. Sin embargo, volvemos a nuestra interrogación inicial: ¿Cuál es el alcance real de esta medida?
Well, do not disturb, please.
Un giro inesperado nos hizo agarrar de las paredes. Descendíamos. La voz del piloto indicó a los pasajeros regresar a sus puestos para el aterrizaje. En mi opinión, debió haberlo dicho en mandarín, ya que la mayoría de los que allí volaban no acataron las instrucciones al primer llamado. La azafata me pidió el bolígrafo, me deseó buena suerte con mi viaje y luego se dispuso a terminar con las tazas restantes. Bienvenidos al aeropuerto internacional Simón Bolívar. Hora local, 3:00 P.M. Gracias por escoger Air France; nos vemos. El desembarque tomó aproximadamente media hora. Por supuesto, hubo que esperar a que la first class huyera desapercibida; sin que el país entero se diese cuenta.
Recuerdo que, antes de salir del avión, la mujer me buscó otra vez para preguntarme en el oído:
- ¿A qué cree usted que se deba este escondite de ellos?
- Es un chavismo temeroso, “agorafóbico” – le hubiera respondido. Supongo que la azafata ya estará de vuelta en Francia y se habrá olvidado de aquellos pasajeros VIP. Pero, en fin. Puse el teléfono a cargar y apagué la luz del cuarto.
“Muchos pacientes con agorafobia se rehúsan a la aceptación de un tratamiento. Muchos se niegan al diagnóstico”, reseña la página del SEAS.
El insomnio me seguía sofocando.
Escrito por Gianni Mastrangioli
Gianni es historiador por la Universidad Central de Venezuela. Actualmente se encuentra elaborando un trabajo sobre crónica periodística en el extranjero.
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