Por Rubens Barbosa <br />
El renacimiento de la doctrina Monroe es la gran innovación del gobierno Trump en la recién anunciada política externa para América Latina.
El presidente James Monroe, en 1823, anunció que Estados Unidos protegería a los países sudamericanos de las amenazas de colonización por parte de países europeos: América para los americanos. Posteriormente, en 1904, Theodore Roosevelt amplió esa política para defender los derechos de las empresas norteamericanas en América Latina. Esas acciones fueron conocidas como la doctrina Monroe y su corolario. En el gobierno Obama, en un discurso hecho en la sede de la Organización de Estados Americanos, John Kerry, entonces Secretario de Estado, afirmó con gran énfasis que la era de la doctrina Monroe había llegado a su fin.
Recientemente, en un discurso en la Universidad de Texas (US engagement in the Western Hemisphere), antes de su paseo en febrero pasado por América Latina, el secretario de Estado Rex Tillerson anunció que habíamos olvidado la importancia de la doctrina Monroe y lo que ella significó para el hemisferio. En nombre de esa doctrina, los Estados Unidos, a medida que aumentaban su poder, asumieron el papel de policía de la región y posteriormente del mundo. En América Latina hubo más de diez intervenciones bajo la justificación de defensa de los intereses de las empresas norteamericanas y de las amenazas a los valores, no siempre coherentes con la democracia, defendidos desde Washington. El retorno de esa percepción en el actual gobierno no puede dejar de ser preocupante.
Sin otras innovaciones, como en los gobiernos republicanos y democráticos de Clinton, Bush y Obama de las últimas décadas, esa política está fundada en los mismos tres pilares: economía, seguridad y democracia. En la versión de Trump, el crecimiento económico y el comercio en la región deben estar asociados al aprovechamiento de los recursos energéticos (petróleo, gas, electricidad) y de infraestructura. La prioridad con seguridad está relacionada con el desmantelamiento de las organizaciones transnacionales del crimen organizado (en especial en México), a la reducción del cultivo de coca en Colombia, al combate a la corrupción (en todas partes) y a la mejora de la capacidad de defensa de los pequeños países de América Central y el Caribe (Caribbean Initiative 2020) contra criminales mejor armados y financiados, incluso del Estado Islámico (ISIS).
Con relación a la democracia, en todos los países visitados, el énfasis fue la situación política y económica en Venezuela y la advertencia para que el modelo de China no sea seguido. El resultado de la elección presidencial en Honduras, con fuertes indicios de fraude electoral, fue rápidamente reconocido por Washington.
La intención de volver a los tiempos de la doctrina Monroe queda evidente en las referencias hechas por Trump a la intervención de los EE.UU. y en el estímulo a un golpe militar en Venezuela, mencionado por Tillerson. A ejemplo de la guerra fría, la preocupación con la creciente presencia de China, primer socio comercial de Brasil, Perú y Chile, y financiera, junto con Rusia, de Venezuela. Un alto funcionario del Tesoro llegó a destacar que en vez de ayudar en la mejora de la gobernabilidad y de las políticas macroeconómicas, la inversión de China con frecuencia fortaleció los gobiernos débiles y corruptos.
El anuncio de la política en relación a la región es coherente con la idea de Estados Unidos en primer lugar y con la defensa de los intereses de las empresas norteamericanas, relegadas a un segundo plano en los últimos años. Los formuladores de decisiones en el Departamento de Estado no parecen estar acompañando la dinámica de las transformaciones políticas, económicas y sociales en el continente y el grado de penetración que China ha ganado últimamente.
En el caso de México, además de los problemas de seguridad, dependiendo de cómo concluya la renegociación del acuerdo de comercio con los Estados Unidos (Nafta), la relación bilateral puede ganar contornos inusitados a partir de la próxima elección presidencial en junio próximo, hoy liderada en las encuestas por López Obrador, candidato de izquierda con claras posiciones restrictivas a los EE.UU.
A mediados de abril, Perú deberá organizar la Cúpula de las Américas con la presencia de todos los jefes de estado, menos Maduro, de Venezuela, que fue desinvitado con el apoyo del grupo de Lima (incluso de Brasil), pero amenazando comparecer de cualquier forma.
Será interesante seguir el encuentro presidencial —especialmente si Trump comparece— que se llevará a cabo algunos días antes de la contestada elección anticipada en Venezuela, y ver cómo reaccionarán los países frente a un eventual reinicio del clima de guerra fría, en vista de la creciente presencia de China en nuestra región.
(*) Embajador de Brasil en Londres y en Washington. Actualmente es consultor y presidente del Consejo Superior de Comercio Exterior de la FIESP y presidente del Instituto de Relaciones Exteriores y de Comercio Exterior del Brasil.