El ultraderechista Jair Bolsonaro, ex capitán del Ejército, fue proclamado el domingo candidato presidencial por el Partido Social Liberal (PSL) para la elección del próximo octubre en Brasil, considerada la más incierta en la historia de la principal economía de Latinoamérica.
Bolsonaro, un nostálgico de la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985, con las encuestas a favor y con un discurso religioso y autoritario en el que incluyó halagos y promesas para los militares, asumió la candidatura del PSL este domingo en Río de Janeiro en una convención que reunió a alrededor de 3.000 simpatizantes.
Con cerca de tres décadas de carrera parlamentaria y siete mandatos como diputado federal, el ya oficialmente candidato, de 63 años, se presentó como el patito feo en esta historia que molesta al establishment y como una figura independiente dispuesta a cambiar el destino de Brasil.
Mi candidatura es una misión, aseveró en repetidas ocasiones ante una militancia que le gritó varias veces mito. Con un largo historial de declaraciones racistas, misóginas y homofóbicas, Bolsonaro volvió a dar protagonismo en su discurso a los cuerpos policiales y a sus hermanos de las Fuerzas Armadas.
Ustedes serán reconocidos en mi Gobierno. Ustedes son el último obstáculo para el socialismo, vociferó, para luego añadir que no se ve como un salvador de la patria. Brasil no necesita de publicistas, ni de demagogos ni de populistas, añadió. Poco habló de su programa, aunque sí dejó en claro que su agenda económica, de la que se encarga Paulo Guedes, fundador del banco Pactual, busca el liberalismo y ”quién sabe si hasta extinguir la mayoría de las (empresas) estatales.
Nosotros tenemos de todo y observen lo que somos: no somos nada”, afirmó en un momento en el que puso como ejemplo a seguir el Estado de Israel. No obstante, a pesar de contar con cerca del 20% del apoyo en los sondeos de cara a las elecciones del 7 de octubre, el polémico militar de la reserva está encontrando dificultades a la hora de concretar alianzas con otros partidos y como consecuencia, de designar un compañero de fórmula para vicepresidente, un puesto aún no definido.
Primero intentó sin éxito cerrar una alianza con el Partido de la República (PR), que incluía ofrecer la candidatura a vicepresidente al senador Magno Malta. Ante la negativa, invitó al general retirado Augusto Heleno, quien encabezó la década pasada la misión de estabilización de las Naciones Unidas en Haití, pero la respuesta fue la misma ya que el Partido Republicano Progresista (PRP), al que pertenece, también le cerró las puertas. Finalmente se lo ofreció a la abogada Janaína Paschoal, una de las juristas que presentaron la petición de juicio político que desembocó en la destitución de la ex Presidenta brasileña Dilma Rousseff a mediados de 2016. La jurista, quien asistió a la convención, pidió tiempo para reflexionar sobre si acepta o no la invitación.
Si finalmente Bolsonaro no encuentra a ningún partido aliado que se sume a su causa, dispondrá de apenas unos pocos segundos en radio y televisión para hacer campaña debido al minúsculo peso que tiene su partido en el Congreso brasileño, algo que no parece importarle.
No tenemos un gran partido, ni fondo electoral, ni tiempo en televisión, pero tenemos lo que otros no tienen, que son ustedes, declaró a sus seguidores.
De acuerdo con las últimas encuestas, Bolsonaro es favorito por un escaso margen y lidera las intenciones de voto con un 17%, por delante de la ecologista Marina Silva (13%), el laborista Ciro Gomes (8%), quien fue confirmado por su partido el viernes, y del socialdemócrata Geraldo Alckmin (6%). Eso en un escenario sin Lula da Silva, preso por corrupción desde abril y virtualmente inhabilitado tras ser condenado en segunda instancia, pues el ex Presidente, cuando es incluido en los sondeos, aparece en primer lugar con una notable ventaja sobre el resto de candidatos y aspirantes.
Éste es uno de los factores que mantiene la incertidumbre sobre quién podría ser el próximo mandatario del país. A ello se suma el profundo desencanto con la clase dirigente por las tramas de corrupción reveladas por la Operación Lava Jato, lo que ha deshecho la hegemonía de las dos fuerzas que dominaron las pugnas políticas en los últimos 24 años: el Partido de los Trabajdores (PT), del encarcelado Lula, y el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB, centro-derecha), del ex Presidente Fernando Henrique Cardoso.