Cuando llega la tan esperada mañana, suena el despertador. Tú estás allí, acostado en la cama, cubriéndote la cara con la cobija para que nadie se dé cuenta de que estás despierto. Lagañas de pensamientos: La graduación de universidad que no pudo ser; el cumpleaños de la abuela que quedó por celebrarse; las idas al cine pendientes; las cervezas con tus amigos que no lograron destaparse. La ventana del cuarto donde yaces aún está cerrada. Acostado, oyes las voces de tus familiares que caminan, esperándote para desayunar. Conversas contigo mismo. ¿Será que me levanto?, ¿qué les digo?, ¿qué les prometo? Irse es una sentencia triste que condena nuestras aspiraciones de permanecer unidos. Es, con la cabeza aún bajo la almohada, nuestra inauguración como emigrantes, calculadores. ¿Qué hora será en Venezuela? ¿Ya habrán comido? ¿Se habrán levantado? ¿Cuánta diferencia es que hay?
Entre 2015 y 2017, el número de inmigrantes venezolanos en Latinoamérica pasó de 89.000 a 900.000 personas, lo que representa un incremento de más del 900%, según informó la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). En todo el mundo, la inmigración venezolana creció en ese mismo periodo casi un 110%, al pasar de 700.000 personas a 1,5 millones, según la misma fuente.
El gobierno de Sebastián Piñera anunció que otorgará una visa especial de “responsabilidad democrática” a los venezolanos que huyen de la “crisis democrática” que enfrenta el gobierno de Nicolás Maduro. Por otra parte, impuso una visa consular para restringir la llegada de haitianos.
Unos 145.000 venezolanos han buscado protección internacional entre 2014 y principios de marzo de 2018, principalmente en las Américas, lo que supone un aumento del 2.000%, informó la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).