Tal ha sucedido en recientes elecciones tanto en países desarrollados como en desarrollo la debacle de los encuestadores paraguayos en los comicios presidenciales del domingo 22 de abril se produjo porque anunciaron una derrota catastrófica del candidato liberal, Efraín Alegre, debido a la amplia aceptación del postulante colorado, Mario Abdo Benítez.
Faltando 15 días para la fecha de votación, tres encuestas de conocidas empresas daban el triunfo a la ANR por 26, 28 y 31 por ciento, respectivamente. Con tan gran diferencia, muchísimos ciudadanos de la oposición e independientes ya no concurrieron a votar porque daban por perdida la batalla electoral.
Por si lo anterior no fuera suficiente, el día de las votaciones, mediante el sistema de boca de urnas, los primeros datos indicaban que Marito ganaba, a primera hora, por 18 puntos; al mediodía por 17 puntos y tras una hora de haberse cerrado la votación, a las 17:00, Abdo Benítez fue proclamado ganador por cerca de 12 puntos de ventaja sobre Alegre.
El conteo rápido y preliminar de la Justicia Electoral empezó a dar cifras diferentes a las esperadas hasta que, finalmente, Marito superó a Efraín tan solo por 3,7 puntos porcentuales.
Los líderes opositores de inmediato empezaron a culpar a los encuestadores y autores de bocas de urnas por haber informado tan erróneamente y haber inducido, indirectamente, al ausentismo, al voto en blanco y a los sufragios nulos.
¿Qué pasó? ¿Error por negligencia, mala fe, manipulación política o servicios pagos para engañar a los electores?
Tres empresas encuestadoras conocidas no pueden equivocarse, “casualmente”, por la misma enorme diferencia, cercana a los 30 puntos, entre los dos principales candidatos al cargo presidencial. Las coincidencias inesperadas no existen en política. Entonces, no queda otra opción que concluir que estos “errores” fueron inducidos para beneficiar a un candidato y perjudicar al otro. Lastimosamente, estas operaciones de estrategia no son nuevas ni desconocidas en la historia cívica de las naciones.