Nuevas polémicas internas en el Vaticano, con denuncias de intimidaciones, renuncias y cruce de comunicados, sacuden esta semana al pontificado de Francisco, tal como ocurrió bajo el de su predecesor Benedicto XVI.
La llegada del otoño a la Santa Sede viene cargada de venenos, sostiene el diario romano Il Messaggero, al dedicar un resumen de los varios escándalos que atañen a asesores cercanos al Papa Francisco para la reforma de las finanzas del Vaticano, y a la carta en contra del Pontífice que lo acusa de propagar herejías.
Para algunos vaticanistas es una campaña planeada por los sectores ultraconservadores de la Iglesia, que buscan debilitar a Francisco, por lo que consideran errores teológicos del máximo jefe del catolicismo y también para frenar las reformas que impulsa desde el inicio de su gestión, si bien lentamente, en la Curia Romana, la poderosa máquina central tradicionalmente manejada por la Iglesia italiana.
El domingo fue el día escogido para detonar la primera bomba interna: el primer revisor general de las finanzas del Vaticano, Libero Milone, de 69 años, citó a un grupo de periodistas para denunciar las razones de su dimisión en junio, tan sólo dos años después de haber sido nombrado para un mandato de cinco. Milone, nombrado directamente por el Papa argentino en 2015 para revisar y garantizar la transparencia de las cuentas de la Santa Sede, aseguró que su renuncia fue forzada con intimidaciones y hasta con amenazas de arresto, supuestamente por haber descubierto irregularidades de carácter económico.
Asegura que fue obligado a firmar una carta de despido y que fue acusado falsamente de haber desviado fondos del Vaticano. El Vaticano replicó a las denuncias del funcionario y, en un comunicado oficial, aseguró que el ex-auditor se extralimitó en sus funciones e inclusive ordenó investigar la vida privada de altos exponentes de la Santa Sede, es decir, que espiaba a personalidades destacadas, probablemente cardenales y monseñores, no se sabe por cuenta de quién ni para qué.
La versión de Milone apunta el dedo hacia dos personalidades actualmente muy cercanas al Papa: el sustituto de la Secretaría de Estado, monseñor Angelo Becciu, una suerte de ministro del Interior y contra el comandante Giandomenico Giani, a cargo de la seguridad papal, como el hombre que lo amenazó.
Para Milone, las reformas que quería Francisco han sido bloqueadas por el viejo poder interno, que impide todo tipo de cambio. Lo mismo ocurre con la reforma administrativa. Según Franca Giansoldati, vaticanista con amplia experiencia, los nueve cardenales encargados de esa reforma se han reunido en total 21 veces sin lograr ni siquiera simplificar las estructuras internas, como pidieron los purpurados que eligieron a Francisco en el cónclave del 2013.
Francisco está concentrado en sus grandes batallas éticas y humanitarias, en los desafíos del planeta, poco se ocupa de cuentas, balances y recortes, escribió. La salida de Milone fue de especial sensibilidad para la Santa Sede, puesto que solo dos semanas antes de su renuncia, el área financiera de la entidad había quedado sin su líder: el cardenal George Pell, superministro de finanzas del Vaticano, dejó su puesto tras ser acusado de abusos sexuales en Australia.
A la salida inusual del alto funcionario, se añade la carta en contra del Papa realizada por parte de medio centenar de sacerdotes, teólogos y académicos ultraconservadores, quienes lo acusan de propagar herejías. En la misiva de varias páginas, divulgada también el domingo y firmada entre otros por el obispo lefebvriano ultraconservador Bernard Fellay y el banquero Ettote Gotti Tedeschi, ex presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), el banco del Vaticano, se acusa a Francisco de siete posturas heréticas por su exhortación Amoris Laetitia publicada en 2016.
Principalmente en lo que respecta a la temática del matrimonio, la moral y sobre todo contra la concesión, en algunos casos, de la comunión a los divorciados que se vuelven a casar. Ningún cardenal aparece entre los firmantes, al contrario de la carta suscrita por cuatro cardenales, dos de ellos recientemente fallecidos, y divulgada en respuesta a la misma exhortación sobre el amor. En ella los religiosos pedían que el Pontífice corrigiera el documento por estar desviando a su rebaño.
Esta vez se trata de un grupo pequeño y poco significativo, de sólo 62 personas, en el que no aparece ni un cardenal y un solo obispo pensionado, comentó el vaticanista Iacopo Scaramuzzi.
Francisco, al que tildan en la carta de modernista y de elogiar a Martín Lutero, mantiene un elocuente silencio. Parece que estamos regresando a los debates de finales del siglo XIX entre modernistas y fundamentalistas. Mientras Francisco no es un modernista, ellos sí son fundamentalistas, inamovibles, resume Scaramuzzi.