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Los verdes brasileños presentan a Silva sin maquillaje electoral

Jueves, 25 de marzo de 2010 - 08:07 UTC
El jefe de imagen ha sido vital en las campañas presidenciales del país El jefe de imagen ha sido vital en las campañas presidenciales del país

Con un gesto inusual y por sorpresa, la candidata del Partido Verde de Brasil, Marina Silva, ha renunciado a tener un jefe de imagen ante los electores en su campaña para las presidenciales de octubre.

Su candidatura se presenta como la mayor novedad de las elecciones, una especie de Obama brasileña, de la que Al Gore ha afirmado que el mundo la ama.

Su fuerza, dicen en el Partido Verde, que la presenta como candidata, se encuentra en su personalidad. De origen humilde, la acompaña una historia de heroína de la ecología; fue senadora y ministra de Medio Ambiente del primer Gabinete del actual presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. Dejó el Gobierno por desavenencias en materia ambiental con la que va a ser su rival en las presidenciales, la ministra de la Casa Civil, Dilma Rousseff, candidata propuesta por Lula.

Su entorno ofrece una explicación para la decisión de rechazar al jefe de imagen (marqueteiro): la alergia de Silva al maquillaje físico se amplía también al maquillaje psicológico. “No queremos un jefe de imagen, porque no queremos que Marina pueda ser vendida como un producto”, afirma el verde Alfredo Sirkis, uno de los coordinadores de la campaña. Y como Silva va a contar con poco tiempo de televisión gubernamental al ser apoyada sólo por el Partido Verde, en el que ingresó tras haber militado 30 años en el Partido de los Trabajadores (PT), sus seguidores insisten en transmitir la autenticidad y la integridad de su persona. Es una de las pocas personalidades políticas que no ha estado involucrada en ningún tipo de escándalo.

En Brasil, el jefe de imagen de un candidato se considera fundamental. La asesoría del marqueteiro cuesta millones a los partidos. Lula tuvo en 2002 la ayuda del más famoso y caro del país, Duda Mendoza. Mendoza transformó a Lula, un sindicalista barbudo, vociferante y mal vestido, en un personaje elegante, con trajes de grandes estilistas y corbatas de diseño. Consiguió que Lula se presentara ante empresarios y banqueros sin dar miedo, y también surtió efecto la recomendación —que él siguió— de que dijera que nunca había sido de izquierdas, sino sólo sindicalista.

La decisión del partido y de la candidata es a la vez arriesgada y de posibles efectos positivos en el electorado, cansado de políticos a los que a veces considera fruto más de sus jefes de imagen que de sus verdaderas personalidades. “Yo no necesito que me digan cómo tengo que sonreír ni abrazar a un niño”, dice la ecologista.
 

Categorías: Política, Brasil.