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La revolución virtual: 20 años de la web

Martes, 9 de marzo de 2010 - 23:17 UTC

Hace dos décadas el británico Tim Berners-Lee inventó la web “sólo porque la necesitaba”, según le dijo a la BBC. A partir de entonces, el mundo no volvió a ser igual.

“Que veinte años no es nada…” cantaba Carlos Gardel en su entrañable tango “Volver”. Y tal vez en pocos episodios de la historia mundial es tan apropiada esta expresión como en el vertiginoso desarrollo de la red global de internet en las dos últimas décadas.

La World Wide Web, o la “red”, transformó de tal manera la sociedad global que muchos no dudan en compararla con la Revolución Industrial del siglo XIX.

Y es que cada vez son menos los sectores de la sociedad que no han sido tocados de una manera u otra por el explosivo crecimiento del mundo “en línea”. Aunque las cifras varían, algunos estudios calculan que cerca de 1.700 millones de personas, o sea casi el 25% de la población mundial, son usuarias del universo de la red.

El Ford del internet

Con la red paso algo parecido a lo que ocurrió con la industria automotriz a comienzos del siglo XX. Un invento que existía hace décadas sólo alcanzo su potencial cuando alguien entendió la manera de masificarlo.

En el caso automotriz, Henry Ford consiguió al diseñar su modelo T que millones de consumidores pudieran comprar automóviles, hasta ese momento simples curiosidades mecánicas de millonarios.

Del mismo modo, el invento de la World Wide Web por parte de Berners Lee, hizo que internet, creada décadas atrás por científicos del Departamento de Defensa de Estados Unidos y que apenas entusiasmaba a científicos y expertos de una comunidad reducida, súbitamente se convirtiese en una herramienta disponible para cientos de millones de personas.

La herramienta de la World Wide Web logró que el mundo en línea, antes accesible sólo con complicados códigos de computación, quedase apenas a un ‘click’ de distancia.

Los gigantes de la red

Y así como la edad industrial trajo consigo sus gigantes empresariales, consagrando empresas y apellidos como Rockefeller, Vanderbilt, Carnegie, o el mismo Ford, el desarrollo de la red ha consagrado su propia generación de mega empresas.

Tal vez pocas firmas reflejen mejor la dramática expansión económica y cultural de la red como Google.

La empresa, creada en 1996 por dos estudiantes doctorales de la universidad de Stanford en Estados Unidos con base en el consejo de uno de sus supervisores académicos, tomó rápidamente el control del mercado de los motores de búsqueda de internet, las guías mediante las cuales los usuarios intentamos explorar el mundo casi infinito de la red. El proyecto académico de los estudiantes Sergei Brin y Larry Page alcanzaba ya en 2004 una capitalización de mercado de US$23.000 millones, y sigue creciendo.

Con su capacidad de concentrar en sus páginas al público normalmente difuso de usuarios de la red, Google hoy es vista como un titán en la industria de la publicidad, de los medios, del comercio e incluso de la cultura. Por algo las academias de la lengua en todo el mundo aceptan la inclusión del verbo “googlear” en sus idiomas.
 

Doble faz

Como los tuvo en su momento la Revolución Industrial, esta revolución de la red tiene también sus defensores y críticos.

Por una parte, la expansión económica del mundo en línea ha dejado muchas victimas en el mundo “real””. La maravillosa simpleza de los portales de compra de pasajes aéreos acabó con cientos de miles de agencias de viajes. La expansión de Amazon condenó a muerte a millares de librerías. Industrias completas, como la discográfica y la de los periódicos, tambalean ante el avance de la red. La expansión de Wikipedia, dirigida por Jimmy Wales, disminuyó considerablemente el atractivo de las enciclopedias tradicionales.

También en el campo cultural y político hay consecuencias buenas y malas. Los fundadores de Twitter, Evan Williams y Biz Stone, han visto como su invento ha servido para ayudar a movimientos de protesta en sociedades cerradas, y algunos lo llaman un instrumento de democracia.

Pero el que haya voz a muchos que no la tenían, implica que ideas que algunos consideran indeseables y hasta peligrosas lleguen a muchos más, permitiéndoles además interactuar.

Como cualquier ciudad

Las redes sociales en línea, entre tanto, tienen el potencial de conectar individuos sin importar raza, clase o lugar de origen que comparten valores, hobbies e intereses. No obstante, muchos se quejan que estas redes, cuyo exponente más vistoso es tal vez Facebook, han banalizado la interacción social, y en ocasiones amenazan con entrometerse en la privacidad de sus millones de usuarios.

Al igual que la imprenta, la web permitió que la información, antes privilegio de pocos pasara a estar al alcance de muchos, y mucho más que la imprenta abrió las puertas para que las fuentes de información se multiplicaran.

Sin embargo, lo que muchos consideran demasiada de esta información es sexual, lo que más allá de ofender, ha generado temores particularmente en lo que se refiere a los menores de edad.

Ante tanto claroscuro, quizás es sensato seguir la sugerencia del intelectual británico (escritor, cómico, actor) Stephen Fry: concebir al mundo virtual como al real.

La web es como cualquier ciudad, con unos sitios peligrosos y otros fabulosos.  (BBC Mundo)