En una evocación de anhelados recuerdos, me traje un montón de álbumes y casetes en VHS de casa de mi mamá. Hay un video en particular que me encanta; uno donde salgo dándole palo a la piñata. Venezuela, Parque Vinicio Adames, 1996. Una torta con arequipe. Golosinas. Payasitas llenas de témpera. Yo parecía un muñequito de colección, como si fueran a tomarme una foto de fin de año escolar. Lucía bonito, más o menos como arreglan, todos los domingos, a las criaturitas que ocupan las literas de “Las Villas de los Chiquiticos”, ubicada en la caraqueña avenida Río de Janeiro. A los varoncitos se les viste con camisa de cuello y, a las hembritas, se les echa gelatina de escarcha en las trencitas del pelo. A ellos se les prepara para el día de visitas y no para una fiesta de cumpleaños. Es la única ocasión donde se les rinde homenaje en esa triste infancia; en ese despecho feroz y deshumanizante que representa el camino a la adultez.