El caso del poeta y compositor brasileño António Cicero, fallecido por eutanasia la semana pasada en Suiza, ha reavivado en el mayor país de Sudamérica el debate sobre la conveniencia de legalizar esa práctica, informó el domingo la Agencia Brasil.
Queridos amigos, me encuentro en Suiza, al borde de la eutanasia. El caso es que mi vida se ha vuelto insoportable. Sufro de Alzheimer..., escribió el autor, a sus 79 años, en su carta póstuma. Espero haber vivido con dignidad y espero morir con dignidad, señaló también el miércoles antes de llevar a cabo el procedimiento en un país donde está permitido el suicidio asistido.
Su caso reavivó el debate sobre la eutanasia, el suicidio asistido y la dignidad de la muerte para quienes no pueden costearse el viaje al extranjero para poner fin a su vida.
La estudiante de veterinaria Carolina Arruda, de 27 años y natural de la localidad de Bambuí (MG), padece desde los 16 años neuralgia del trigémino, una enfermedad que afecta a los nervios de la cara y provoca un dolor intenso, descrito por los profesionales sanitarios como tan fuerte que es imposible ignorarlo. Aún en un escenario doloroso y complejo, hizo campaña para conseguir fondos que le permitieran llevar a cabo un suicidio asistido en Suiza. Viviendo con este dolor insoportable, Carolina calcula que necesitaría más de 200.000 reales (unos 35.000 dólares) para hacer posible el procedimiento.
Mi sueño sigue siendo ver a mi hija graduarse. Aún tiene 10 años. Por eso no sabe si será posible. Mi rutina de vida hoy es prácticamente todo el día en la cama porque si hago cualquier esfuerzo físico, me desmayo del dolor, señaló al tiempo que reconoció la dificultad de pensar en un procedimiento que acabara con su vida. Todavía no he tenido el valor de decirlo. Mi familia no lo acepta, pero lo entiende. Fueron amigos y familiares quienes vieron cómo los días se convertían en experiencias de un dolor atroz para Carolina. Ella sabe que la documentación necesaria tardará mucho tiempo en ser aceptada en Suiza. Más de cuatro años. Sé que en Brasil este tema ni siquiera se discute ni se discutirá pronto. Hay una venda sobre los ojos, añadió.
Aline Albuquerque, investigadora jurídica y profesora de bioética en la UnB, recordó que tanto la eutanasia como el suicidio asistido siguen siendo delitos en el Código Penal brasileño. No tenemos ninguna modificación legislativa en este sentido en Brasil. Es un tema complejo no sólo en Brasil. Actualmente hay un proyecto de nuevo Código Penal, que está en el Senado, en relación con la eutanasia con la posibilidad de que el juez no aplique la pena”.
Los estudiosos creen, sin embargo, que el crecimiento del número de ancianos (los mayores de 65 años representan el 10,9% de la población) y la evolución de las tecnologías que mantienen vivas a las personas en situaciones irreversibles deberían hacer más recurrentes las discusiones sobre el tema.
La distanasia, por ejemplo, es la prolongación artificial de la vida sin necesidad. Es una vida que tendrá mucho dolor. El suicidio asistido es una forma de suicidio que se ha debatido y aplicado en países europeos como Holanda, Bélgica y Suiza, dijo la experta.
La profesora Maria Júlia Kovács argumentó que los europeos están más avanzados y Norteamérica también. Ya sea en Estados Unidos, con el suicidio asistido, o en Canadá, con la muerte asistida. Aquí en América Latina, Colombia, Uruguay y Chile están discutiendo el tema. Agregó que el primer paso que debe dar Brasil es discutir el tema.
Otra posibilidad para una muerte digna en nuestro país son las directivas anticipadas en las que la persona expresa los tratamientos que desearía al final de su vida y especialmente aquellos que no le gustarían, profundizó.
Se puede hablar de despenalizar, pero hay que tener en cuenta que sería necesario, por ejemplo, estructurar el sistema sanitario público para ello, prosiguió al tiempo que restó importancia a los temores de que, si se aprobara la eutanasia, se pudiera llevar a cabo en casa. Eso no existe. Tienen que ser asistidos por profesionales sanitarios.
Albuquerque insistió en que la muerte es un tema tabú para la sociedad plural brasileña, que honra la sacralidad de la vida y la mantiene también en el ámbito de la autonomía del individuo. Es muy difícil que el Estado tome posición ante un desacuerdo moral tan complejo.