Las únicas mujeres del Gabinete que el presidente de Brasil, Jair Mesías Bolsonaro puso al frente de las carteras de Agricultura y DD HH, Teresa Cristina da Costa Dias y Damares Alves llegan con posiciones controvertidas que van a contramano de las políticas impulsadas por más de una década por los ex mandatarios Lula da Silva y Dilma Rousseff, bajo la bandera del Partido de los Trabajadores (PT).
Teresa Cristina llega de coordinar la bancada de los hacendados en el Congreso -el mayor frente parlamentario- y es amiga de la producción agrícola a gran escala, modelo que puede afectar el equilibrio ecológico en Brasil y que ha conllevado un histórico de conflictos por disputas territoriales con pequeños agricultores e indígenas.
Alves viene de asesorar un frente parlamentario evangelista, es pastora de ese culto y, aunque promueve los derechos civiles, se opone al aborto y a la identidad de género. Ambas fueron recibidas con reservas por grupos ambientalistas y feministas, y por organizaciones defensoras de los derechos humanos que ven un panorama sombrío bajo su mando.
Teresa Cristina conoce de cerca el sector no solo por ser ingeniera agrónoma sino por venir de una familia con tradición en el área y cuyos negocios también encabezó en el pasado como empresaria.
Por eso quiere impulsar el sector y darle prioridad a su expansión para generar una mayor productividad, lineamientos que pueden traer daños ambientales y amenazar la existencia e identidad cultural de minorías étnicas. Defensora hasta la médula del agro-negocio -sector que responde por el 20% de la economía del gigante sudamericano- tampoco le temblará la mano para ayudar a flexibilizar el uso de agro-tóxicos, que, según ella, son remedios para las plantas que usados en las dosis seguras, curan, y en las equivocadas, matan.
Más allá de sus convicciones, lo cierto es que los proyectos y políticas que impulse el Ministerio para estos temas estarán en el sonar de organizaciones no gubernamentales que se oponen tajantemente a ellos por considerarlos un ataque directo a los derechos fundamentales de minorías étnicas y al medio ambiente. Estas organizaciones, que serán la piedra en el zapato de la cartera de Agricultura, tendrán que golpear la puerta del Ministerio de los Derechos Humanos, comandado por su colega, la pastora evangelista, en la búsqueda de respuestas y acciones que pongan freno a sus temores.
La cartera de Derechos Humanos, que tendrá bajo su manto asuntos relacionados con la mujer y la familia, también albergará la Fundación Nacional del Indio (Funai) , entidad que regula todo lo relativo a las etnias originarias, poblaciones que pueden ser de las más afectadas por la expansión que busca la agricultura a gran escala. Si bien las minorías son importantes para Alves, no solo por intereses personales -es madre adoptiva de una indígena-, sus preceptos conservadores sobre el papel de la mujer en la sociedad y la identidad de género prendieron las alertas. La futura ministra considera que las mujeres “nacieron para ser madres” y que, en un modelo ideal de sociedad, deberían poder quedarse en casa y ser sostenidas por los maridos.
Como pastora evangelista está en contra de la despenalización del aborto y, aunque dice defender y respetar los derechos civiles de cualquier persona - “derechos conquistados no se discuten más”, dijo-, no comparte la unión entre homosexuales ni concuerda con el concepto de identidad de género, al que considera “ una teoría sin fundamento y sin ninguna comprobación científica”.
No obstante, el día del anuncio de su nombre como ministra, Alves dijo que dará atención prioritaria a la defensa de los derechos de las mujeres y que tendrá un cuidado especial con la infancia, un tema que en el que ha trabajado desde sus inicios. La población trans y los travestis que trabajan en las calles, también hacen parte de las prioridades de esta abogada que considera que el diálogo con ellos “es esencial” para saber si están en las calles por opción o por obligación al ser discriminados por su condición.