La fábrica de seguidores. Así tituló el prestigioso diario estadounidense The New York Times un reportaje en el cual destapan el millonario y oscuro negocio de la empresa Devumi. La investigación periodística dio cuenta que la polémica compañía ha recaudado millones de dólares en el mercado global del fraude en las redes sociales.
El negocio de Devumi es vender seguidores de Twitter y retuits a celebridades, empresarios, deportistas y cualquier persona que quiera ser más popular o ejercer influencia en internet. Usando un conjunto de más de 3,5 millones de cuentas automatizadas -cada una de ellas vendida muchas veces-, la firma le ha proporcionado a sus clientes más de 200 millones de seguidores en Twitter.
El mayor problema de este fraude, según reveló la investigación, es que muchas de las cuentas muestran el patrón de una especie de robo de identidad a gran escala. Al menos 55 mil cuentas de la empresa aludida usan los nombres, fotos de perfil, lugares de origen y otros detalles personales de usuarios reales de Twitter, incluso menores de edad.
Ante esto, el fundador de Devumi, German Calas, negó la venta de seguidores falsos y dijo que no sabía nada sobre las identidades sociales robadas a los usuarios reales.
Las acusaciones son falsas y no tenemos conocimiento de ninguna de esas actividades, afirmó Calas en noviembre. Sin embargo, The New York Times revisó los registros comerciales y judiciales que evidencian que Devumi tiene más de 200 mil clientes, incluyendo estrellas de reality shows, atletas profesionales, comediantes, oradores TED, pastores y modelos.
Por unos centavos de dólar por cada seguidor, a veces menos, la firma ofrece seguidores de Twitter, visitas en YouTube, reproducciones en SoundCloud y recomendaciones en LinkedIn. Así, para entender mejor el negocio de Devumi, el Times contrató sus servicios, creando una cuenta de prueba en Twitter y pagando a la compañía 225 dólares por 25 mil seguidores.
Como se promete, los primeros 10 mil parecían ser personas reales. Tenían fotografías y nombres completos, la ciudad en la que se encontraban y biografías que parecían ser autenticas. Tu información siempre se mantiene confidencial, afirma el sitio web de la empresa. Nuestros seguidores se ven igual que otros seguidores y siempre llegan de manera natural, la única manera en la que alguien va a saber es si le dices, agrega.
Al respectos, algunos clientes de Devumi indicaron que ellos creían que la empresa les daba fanáticos potenciales o clientes reales, otros admitieron que sabían o sospechaban que las cuentas eran falsas. Todos lo hacen, sostuvo la actriz Deirdre Lavejoy.
Con toda esta información, el medio estadounidense visitó una dirección en la ciudad de Manhattan donde -se supone- estarían las instalaciones de la compañía. Sin embargo, tal como los seguidores que vende, la oficina de Devumi es una ilusión. En realidad, la firma de Calas tiene su sede en un edificio de oficinas arriba de un restaurante de comida mexicana en Florida, frente a un callejón repleto de basureros.
En su perfil de LinkedIn, Calas, de 27 años, se describe como un empresario serial con antecedentes en la industria de la tecnología y un posgrado del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Pero su imagen pública también mezcla fantasía y realidad.
Pero Calas no es quien crea dichas cuentas falsas. Esparcidos por toda internet existen diversos sitios web con los que fabricantes anónimos de los denominados bots se conectan con minoristas como Devumi. En consecuencia, Devumi, según un ex empleado citado por The New York Times, utilizaba bots de diferentes fabricantes según su precio, calidad y confiabilidad.
En Peakerr -uno de los creadores anónimos-, por ejemplo, mil cuentas falsas en inglés de alta calidad con fotografías de perfil cuestan poco más de un dólar. Calas cobra US$17 por la misma cantidad. Ese margen de ganancia le ha permitido a Calas construir una pequeña fortuna, de acuerdo con los registros de la empresa. En tan solo unos años, Devumi vendió alrededor de 200 millones de seguidores de Twitter a por lo menos 39.000 clientes, lo que representa un tercio o más de los 6 millones de dólares en ventas durante ese periodo.
El negocio de Devumi es vender seguidores de Twitter y retuits a celebridades, empresarios, deportistas y cualquier persona que quiera ser más popular o ejercer influencia en internet. Usando un conjunto de más de 3,5 millones de cuentas automatizadas -cada una de ellas vendida muchas veces-, la firma le ha proporcionado a sus clientes más de 200 millones de seguidores en Twitter.
El mayor problema de este fraude, según reveló la investigación, es que muchas de las cuentas muestran el patrón de una especie de robo de identidad a gran escala. Al menos 55 mil cuentas de la empresa aludida usan los nombres, fotos de perfil, lugares de origen y otros detalles personales de usuarios reales de Twitter, incluso menores de edad.
Ante esto, el fundador de Devumi, German Calas, negó la venta de seguidores falsos y dijo que no sabía nada sobre las identidades sociales robadas a los usuarios reales.
Las acusaciones son falsas y no tenemos conocimiento de ninguna de esas actividades, afirmó Calas en noviembre. Sin embargo, The New York Times revisó los registros comerciales y judiciales que evidencian que Devumi tiene más de 200 mil clientes, incluyendo estrellas de reality shows, atletas profesionales, comediantes, oradores TED, pastores y modelos.
Por unos centavos de dólar por cada seguidor, a veces menos, la firma ofrece seguidores de Twitter, visitas en YouTube, reproducciones en SoundCloud y recomendaciones en LinkedIn. Así, para entender mejor el negocio de Devumi, el Times contrató sus servicios, creando una cuenta de prueba en Twitter y pagando a la compañía 225 dólares por 25 mil seguidores.
Como se promete, los primeros 10 mil parecían ser personas reales. Tenían fotografías y nombres completos, la ciudad en la que se encontraban y biografías que parecían ser autenticas. Tu información siempre se mantiene confidencial, afirma el sitio web de la empresa. Nuestros seguidores se ven igual que otros seguidores y siempre llegan de manera natural, la única manera en la que alguien va a saber es si le dices, agrega.
Al respectos, algunos clientes de Devumi indicaron que ellos creían que la empresa les daba fanáticos potenciales o clientes reales, otros admitieron que sabían o sospechaban que las cuentas eran falsas. Todos lo hacen, sostuvo la actriz Deirdre Lavejoy.
Con toda esta información, el medio estadounidense visitó una dirección en la ciudad de Manhattan donde -se supone- estarían las instalaciones de la compañía. Sin embargo, tal como los seguidores que vende, la oficina de Devumi es una ilusión. En realidad, la firma de Calas tiene su sede en un edificio de oficinas arriba de un restaurante de comida mexicana en Florida, frente a un callejón repleto de basureros.
En su perfil de LinkedIn, Calas, de 27 años, se describe como un empresario serial con antecedentes en la industria de la tecnología y un posgrado del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Pero su imagen pública también mezcla fantasía y realidad.
Pero Calas no es quien crea dichas cuentas falsas. Esparcidos por toda internet existen diversos sitios web con los que fabricantes anónimos de los denominados bots se conectan con minoristas como Devumi. En consecuencia, Devumi, según un ex empleado citado por The New York Times, utilizaba bots de diferentes fabricantes según su precio, calidad y confiabilidad.
En Peakerr -uno de los creadores anónimos-, por ejemplo, mil cuentas falsas en inglés de alta calidad con fotografías de perfil cuestan poco más de un dólar. Calas cobra US$17 por la misma cantidad. Ese margen de ganancia le ha permitido a Calas construir una pequeña fortuna, de acuerdo con los registros de la empresa. En tan solo unos años, Devumi vendió alrededor de 200 millones de seguidores de Twitter a por lo menos 39.000 clientes, lo que representa un tercio o más de los 6 millones de dólares en ventas durante ese periodo.