Este verano se ha convertido en un dolor de cabeza para las autoridades de gobiernos de varios países europeos. Grupos anti-sistema y activistas en algunos casos, y ciudadanos de a pie, en otros, se han tomado la agenda pública, con protestas que van desde graffitis del tipo “tourist go home”, hasta marchas y ataques selectivos.
A lo largo del sur de Europa, desde los atochados bulevares de Barcelona hasta las hordas que desembarcan en la croata Dubrovnik, los residentes reclaman que un alza del turismo está volviendo sus vidas intolerables, arguyendo una merma en su calidad de vida, con servicios e infraestructura colapsada.
Barcelona, Ibiza, Palma de Mallorca, San Sebastián, en España, Roma y Venecia, en Italia y Reikiavik, en Islandia, son parte de las ciudades que comienzan a rebelarse, en distinto grado, de las multitudes que reciben y crecen año a año.
A los reclamos por el atestamiento de los lugares, se suma el alza de precio de los arriendos de vivienda, el que en lugares como Ibiza o Palma de Mallorca puede, incluso, duplicarse, lo que ha obligado a que lugareños deban abandonar sus hogares de alquiler presionados por el incremento del valor en la época de verano.
La reacción de los habitantes y activistas ha levantado preocupación porque se trata de uno de los grandes motores económicos de la región. Por ello, las autoridades comienzan a actuar, pero enfrentados a un gran dilema, cómo atender el reclamo ciudadano sin afectar el turismo.
Roma está evaluando limitar el número de visitantes en algunas zonas, como la famosa Fontana di Trevi. La medieval Dubrovnik planea acotar la cantidad de cruceros que llegan a la ciudad, mientras que Barcelona proyecta un nuevo impuesto al turismo. Más aún, en esta ciudad el municipio aprobó congelar la apertura de nuevos hoteles en sus zonas más turísticas.
Y en Islandia, desde comienzos de año que las autoridades estudian medidas para regular la explosión de turistas -con una tasa de crecimiento de 20% anual- para resguardar su patrimonio natural. Decisiones que deben tomar en cuenta un dato no menor: en 2016, el PIB de este país creció un 7,2% debido al turismo.
En Venecia, el mes pasado, los vecinos marcharon entre una multitud de visitantes para protestar contra el turismo descontrolado. Llevaban un cartel que rezaba “mi futuro es Venecia”, una queja dramática si se tiene en cuenta que no quedan más que unos 50.000 habitantes que reciben 30 millones de turistas al año.
Jóvenes activistas planean una manifestación similar para el 17 de agosto en San Sebastián, en el norte de España.
En Barcelona, donde el enojo ha estado incubándose desde hace un tiempo, algunos graffitis se han vuelto amenazantes, como el de una silueta con un blanco en la cabeza con la leyenda “¿Por qué le llamamos temporada turística si no podemos dispararles?”.
El primer ministro español Mariano Rajoy intervino esta semana después que el enojo contra los turistas llegó a la agresión física.
Un video muestra a un grupo de enmascarados encendiendo bengalas afuera de un restorán lleno de turistas en Palma de Mallorca. Luego, las imágenes los muestran entrando al local y lanzando papel picado sobre los asustados comensales. Rajoy los describió como “extremistas yendo contra el sentido común”.
Videos similares fueron divulgados esta semana con el eslogan “el turismo acaba con los barrios”. En uno, varios encapuchados detienen un bus en Barcelona, rompen sus neumáticos y rayan el parabrisas.