El presidente Michel Temer, confirmado en el cargo este miércoles tras la destitución de Dilma Rousseff, prepara maletas para viajar a la Cumbre del G20 en China y también se apresta a decretar el fin del Brasil “bolivariano”. Temer aguardaba la conclusión del juicio político que finalmente despojó a Rousseff del poder para confirmar su primer viaje al exterior como gobernante de pleno derecho, que emprenderá casi de inmediato y tendrá como destino China, sede de la Cumbre del G20.
La intención es presentar a los líderes de las mayores potencias del planeta sus planes para sacar a Brasil del abismo económico en que se ha sumergido en los últimos años, que incluyen desde un duro recorte del gasto público hasta un ambicioso plan de privatizaciones aún no detallado oficialmente.
Según confirmaron fuentes oficiales, tras su viaje a China tiene diseñada ya una amplia agenda exterior, que incluirá un viaje a Estados Unidos en septiembre, donde inaugurará la Asamblea General de las Naciones Unidas, como por tradición le corresponde al jefe de Estado de Brasil desde 1947.
En octubre, tiene previsto viajar a la India, sede de la cumbre anual del foro BRICS, que Brasil integra junto con ese país, China, Rusia y Suráfrica, y también a Colombia, para asistir a la Cumbre Iberoamericana que se celebrará en Cartagena de Indias a fin de ese mes.
En sus planes inmediatos también figuran visitas a Argentina y Paraguay, los dos países del Mercosur con los que ha estado más en contacto desde que asumió la Presidencia en forma interina, el 12 de mayo pasado, cuando Rousseff fue suspendida de sus funciones para responder al juicio político que acabó con su destitución.
Precisamente en el ámbito del Mercosur es que el Brasil de Temer ha dejado claro cuál será la orientación de su política externa, que apunta a un distanciamiento de los países del arco bolivariano que encabeza Venezuela desde los tiempos del fallecido Hugo Chávez.
Los primeros escarceos de un conflicto por venir surgieron en mayo pasado, cuando Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Cuba, cada uno a su manera, advirtieron sobre una posible “ruptura democrática” en Brasil por el juicio abierto contra Rousseff.
El Gobierno de Temer respondió de inmediato, saltó a defender la legalidad del proceso y emitió una nota oficial en la que manifestó su “repudio” frente a las posiciones de esos países, a los que acusó de “propagar falsedades”.
Junto con Paraguay y Argentina, Brasil lideró el rechazo a que Venezuela ejerza la presidencia del Mercosur, que por orden alfabético le correspondía luego de que Uruguay desistió de seguir con esa responsabilidad a fines de junio pasado, cuando se cumplió su período de seis meses.
El Gobierno de Temer ha dinamitado por completo los puentes que Rousseff y su antecesor y padrino político Lula da Silva habían tendido con la Venezuela de Chávez, que se prolongaron una vez que Nicolás Maduro llegó al poder.
Más allá de rechazar que Venezuela asuma la presidencia del Mercosur, con la excusa de que ese país aún no se ha adaptado por completo a la normativa del bloque, el canciller del nuevo Gobierno brasileño, José Serra, ha tildado al Gobierno de Maduro de “autoritario” y “no democrático”.
En los tres meses que lleva en el cargo, en el que se prevé que será ratificado ahora, Serra también manifestó su más claro apoyo a la oposición venezolana y a su “lucha” para que este mismo año sea realizado un plebiscito para revocar el mandato de Maduro.
“Si el plebiscito no se hace este año será una completa farsa”, declaró Serra hace dos semanas al recibir a parlamentarios de la oposición venezolana, que durante las gestiones de Lula y Rousseff habían sido totalmente ignorados por las autoridades brasileñas.