Los Juegos Olímpicos celebrados en Rio de Janeiro desde principios de agosto y que concluyeran este domingo has sido calificados como un éxito total del momento que cumplieron con las expectativas con creces. Finalmente los escenarios estuvieron listos en tiempo y forma, todo funcionó a la perfección y las estrictas medidas de seguridad dieron resultado.
La presencia del Ejército de Brasil y otras fuerzas federales permitieron a turistas de todo el mundo transitar la ciudad en transporte público de punta a punta, a pesar de la reputación internacional de la urbe como peligrosa por los altos índices de delincuencia.
Los Juegos en definitiva mostraron las dos caras de la ciudad y no solo las relucientes playas de Copacabana e Ipanema. También se pudo apreciar la pobreza y condiciones de vida de decenas de miles de cariocas que habitan en las favelas colgadas de los clásicos morros, y que muchas de ellas son dominadas por bandas dedicadas al tráfico de drogas.
Otro de los legados de los Juegos además de la forma eficiente en que se desarrollaron y el buen nombre de la ciudad ante los visitantes internacionales, han sido las obras de transporte público. La línea 4 de Metro, que conecta las zona sur y oeste de la ciudad, será aprovechada por decenas de miles de personas diariamente ahora que la llama olímpica se ha apagado.
El BRT (Bus Rapid Transit) utilizado por quienes frecuentaron el Parque Olímpico agilizará la cotidianidad de trabajadores que hasta hace unos meses dependían del siempre congestionado ómnibus. Miles de millones de dólares fueron volcados en la mejora de la movilidad urbana de Río, difícilmente esto hubiera sucedido sin la celebración de los Juegos.
La amenaza terrorista no pasó de ser un fantasma. Ya sea por el trabajo de inteligencia, el exhaustivo control en los accesos a los estadios o simplemente porque nadie se propuso ejecutar un atentado, no hubo que lamentar víctimas. El temor de que se sucedan hechos similares a los vividos en el pasado reciente en París, Niza o Turquía se esfumó con el correr de los días.
Brasil lo hizo mucho mejor de lo que auguraban los pronósticos. El mundo había puesto en tela de juicio la capacidad del país para organizar un evento de semejante envergadura, pero la historia parece haberles mostrado que estaban equivocados. Ni la crisis económica, ni el laberinto político que hace que no se sepa con exactitud quien es el presidente del país pudieron evitar el éxito.
Thomas Bach, Presidente del Comité Olímpico Internacional, lo resumió en una frase: Volvería a elegir a Rio como sede. Los turistas que llegaron desde todos los rincones del planeta lo ratificaron. Una encuesta divulgada por el Ministerio de Turismo revela que el 80% de los visitantes desean volver a la ciudad.
En lo deportivo Brasil cerró la mejor campaña olímpica de su historia. Con 7 medallas de oro, 6 de plata y 6 de bronce escaló hasta el puesto 13 del medallero. El oro en Fútbol, con la revancha sobre Alemania a dos años del 7 a 1, terminó de darle forma a la fiesta perfecta. El Estadio Maracanã se reserva el privilegio de haber albergado dos finales de Campeonatos Mundiales de Fútbol (1950 y 2014), pero hasta ahora Brasil se había alzado con el título máximo. La tercera fue finalmente la vencida. Neymar, fuertemente criticado a nivel local, envió el balón al fondo de la red en el penal decisivo. El penta campeón del mundo es ahora también campeón olímpico. La euforia inundó las calles.
Fueron casi tres semanas inolvidables para quienes pudieron disfrutarlas en carne propia. Como con todos los Juegos Olímpicos, lo sucedido durante estos intensos días será recordado por siempre. La velocidad de Usain Bolt y la gracia de Simone Biles forman ahora parte de la historia grande del deporte mundial y Rio de Janeiro estuvo a la altura de las circunstancias.