Los venezolanos pasan trabajo para resolver la vida diaria, pero también para sobrellevar la muerte. El alto costo y la escasez de materiales complican la adquisición de ataúdes, que se están fabricando de tablones baratos y hasta de cartón.
Muchos deudos hacen malabares frente a los gastos de un funeral: se prefiere la cremación a la sepultura para no pagar fosa en el cementerio, el velorio se ha reducido de 24 horas a ocho, cuatro o dos horas, algunos contratan sólo el servicio directo al crematorio o al panteón y hay quienes alquilan los féretros únicamente para la vela.
Ante estas dificultades del último adiós, Elio Angulo, un emprendedor de Barquisimeto, al suroeste de Caracas, apuesta por el biocofre, una urna de cartón corrugado, 70% de producto reciclado, que diseñó con un socio y pronto sacará a la venta.
Tiene los dos ecos: ecológico y económico. Es para la cremación, pero también puede usarse en inhumación. Nuestra propuesta trae soluciones en un país en crisis, declara Angulo, quien dice tener solicitudes de varias ciudades, y también de Colombia y Ecuador.
En un país donde el ingreso mínimo mensual es de 33.000 bolívares (50 dólares a la tasa oficial más alta), los costos de los servicios funerarios preocupan a una población asfixiada por la escasez de alimentos y la inflación más alta del mundo (oficialmente 180,9% en 2015, proyectada a 720% para 2016 por el FMI).
Por su parte Ruperto Martínez montó su funeraria hace cinco años, pero hace dos debió ponerse a fabricar los féretros porque no se conseguían ante la falta de metal para elaborar los de latón, los más usados en Venezuela ante el alto costo de la madera.
Unas 30 fábricas de urnas del país requieren 450 toneladas de latón mensualmente, pero el suministro de la estatizada Industria Siderúrgica ha sido irregular.
Un mes sólo entregó 60 toneladas. Hemos tenido que recurrir a mercados secundarios y eso encarece los costos, explica Juan Carlos Fernández, directivo de la Cámara Nacional de Empresas Funerarias.
Recostado en un ataúd aún sin pintar, Martínez, de 40 años, recuerda, en medio del trajín de su taller, que hace cinco años una urna valía 720 bolívares, lo que hoy cuesta una barra de pan.
Un servicio funerario costaba 4.500 bolívares, y ahora el más económico 280.000, pero puede llegar a 400.000 y 600.000. Es más caro morirse que estar vivo, manifiesta.
Una caja de latón cuesta entre 85.000 y 120.000 bolívares, una de MDF o cartón piedra de 55.000 a 80.000. Este es más económico y nadie se entera que no es de madera o es de segunda, porque cambio lo de adentro y a veces lo vuelvo a pintar, dice Martínez, quien cobra unos 25.000 bolívares por el alquiler.