Tony Blair fue uno de los primeros ministros británicos más exitosos, pero su apoyo a la guerra de Irak destrozó su legado. Se espera que el ex líder laborista sea severamente criticado en el informe oficial sobre el papel de Gran Bretaña en el conflicto y la posterior ocupación, que será finalmente publicado este miércoles después de siete años de trabajos.
Blair convenció a su gabinete y al parlamento, venciendo las reticencias y la oposición abierta de muchos, de respaldar la invasión liderada por Estados Unidos. Lo hizo usando información de los servicios de inteligencia sobre las armas biológicas, químicas y nucleares de Irak. Nunca se encontraron.
En su década en el cargo, en la que ganó tres elecciones legislativas, Blair presidió un periodo de prosperidad, aseguró la paz en Irlanda del Norte y amplió enormemente los derechos de los homosexuales. Sin embargo, nueve años después de salir de Downing Street y mucho después de que las tropas británicas se retiraran, sigue siendo vilipendiado por muchos de sus compatriotas por un conflicto que la mayoría considera equivocado y algunos ven como un crimen de guerra.
Sus críticos en el parlamento llevan alineándose contra él hace tiempo, desde antes de que se difunda el informe Chilcot, y examinan la posibilidad de emprender acciones legales en su contra o de abrirle un juicio político retrospectivo, un “impeachment” que tendría sólo un valor simbólico. El año pasado, se disculpó por la mala información de los servicios de inteligencia, y por fallos en la planificación, pero reiteró que no se arrepentía de derrocar a Sadam Husein.
La dirección actual del laborismo ha roto con las políticas pro-mercado de Blair, pero no se puede negar el impacto transformador que tuvo en un partido que, en 1983, cuando fue elegido por primera vez al parlamento, estaba en desbandada. Trabajando en estrecha colaboración con Gordon Brown, su futuro ministro de Finanzas, Blair abandonó el compromiso del partido con la nacionalización de la industria y creó lo que se dio en conocer como “Nuevo Laborismo”.
En 1997 fue elegido primer ministro de forma arrasadora, siendo, a los 43 años, la persona más joven en ocupar el cargo desde 1812, y abrió una nueva era de esperanza y de confianza para la nación después de 18 años de gobiernos conservadores. Al año siguiente logró un acuerdo de paz en Irlanda del Norte, la provincia británica devastada por tres décadas de violencia entre las comunidades protestante y católica. Con la economía en auge, los incrementos en el gasto en salud y educación contribuyeron a asegurarle otra victoria electoral en 2001.
Después de los atentados del 11 de setiembre de 2001, en Nueva York y Washington, Blair se apresuró a aliarse con el presidente estadounidense George W. Bush. Londres envió tropas a Afganistán, y en 2003 aceptó unirse a la misión liderada por Estados Unidos para derrocar a Sadam Husein en Irak.
Un millón de personas se manifestaron en las calles de Londres contra la invasión de Irak, y pronto empezaron a aflorar signos de que la guerra había sido una mala idea. Blair ganó las elecciones de 2005, un tercer mandato consecutivo, récord para un primer ministro laborista, pero la alegría duró poco.
El 7 de julio de 2005, el día después que Londres ganó el derecho a organizar los Juegos Olímpicos de 2012, cuatro atacantes suicidas británicos atacaron la red de transporte público de la capital, matando a 52 personas. Dos años más tarde, Blair se retiró, aceptando finalmente la derrota en su larga rivalidad, cada vez más amarga, con Gordon Brown.
Blair ha pasado la mayor parte de la última década en el extranjero, incluyendo ocho años de trabajo a tiempo parcial como emisario en Oriente Medio del Cuarteto diplomático (ONU, Estados Unidos, Unión Europea y Rusia). Su misión era apoyar la economía palestina y las instituciones en la preparación para un eventual estado, pero renunció el año pasado después de no lograr avances significativos.
Blair hizo una rara incursión de nuevo en la política británica para advertir de los peligros de dejar la Unión Europea en junio de 23 de referéndum, una intervención que pasó desapercibida. Sus servicios de consejero a diferentes gobiernos y sus lucrativas conferencias le han enriquecido, algo que no agrada a muchos en su país.