El Partido Popular (PP) del presidente Mariano Rajoy fue la lista más votada en las elecciones generales que se realizaron este domingo en España para elegir 350 diputados que, a su vez, deben consagrar un nuevo gobierno con mandato de cuatro años.
Pero los conservadores tuvieron resultados parecidos a una catástrofe política porque perdieron más del 44% de sufragios y 186 diputados que obtuvieron en los comicios de 2004 hasta caer al 28,71% de votos con 123 asientos.
Estos magros guarismos están muy distantes del 44% de apoyo popular que representan a 176 legisladores, la mayoría absoluta. Además el pobre desempeño de los jóvenes centristas de Ciudadanos, que consiguieron muchos menos votos y diputados de lo que esperaban, significa que un bloque a la derecha que sólo llega a los 163 escaños. Además, los muchachos de Ciudadanos insisten en que no piensan apoyar a ningún candidato del PP o del PSOE.
Con Mariano Rajoy sumergido en el fracaso, la impotencia para formar gobierno domina el panorama político porque el PSOE consigue los peores resultados de su historia pero se mantiene en el segundo lugar con 90 diputados y 20,65% de los votos.
Como ésta es la hora de pactar y armar contubernios, buena parte de la noche electoral la dedicaron los periodistas a construir un bloque de izquierdas. PSOE más los indignados de Podemos, que suman 159 escaños más o menos como sus adversarios.
Podemos logra 20,65% de votos y 69 diputados. Son aliados que necesitan restañar heridas después de haberse descalificado de lo lindo durante la campaña. A esta opción se uniría Izquierda Unida, que ni siquiera ha ganado cinco diputados para tener un bloque propio.
En sólo un año en el Parlamento, Podemos ha conseguido una tercera posición en escaños y le pisa los talones a los dirigentes socialistas en número de votos.
Pablo Iglesias se jactó anoche de haber triunfado con sus aliados en Barcelona, en Cataluña y en el País Vasco.
Por su propia dinámica libertaria, asambleísta, estos grupos que son el alma de los cambios que han subvertido España tienden a una gran autonomía y a la dispersión.
Ahora comienza un trámite que tendría que culminar con un nuevo presidente. Pero la incertidumbre vuelve a dominar el clima político. El 13 de enero se constituyen las Cortes –Diputados y Senadores– que designarán a sus autoridades. Se llega así a la sesión de investidura que es un tembladeral.
El Rey debe consultar a los dirigentes de los grupos políticos con representación parlamentaria y determinar quién es el líder que se siente capacitado para formar gobierno. Por costumbre, no porque la Constitución lo mande, el primer elegido para presentar su mensaje político al nuevo Parlamento pertenecerá a la lista más votada. O sea, Mariano Rajoy del Partido Popular.
Así como están las cosas, el actual presidente del gobierno en funciones cosechará una rotunda derrota porque no reunirá los 176 diputados necesarios.
Dos días después se volverá a reunirse la asamblea de diputados y esta vez Rajoy triunfará si logra la mayoría simple. Se enfrentará a una coalición de rechazos de socialistas, Podemos, nacionalistas catalanes y vascos, grupos de izquierda que han cosechado alguna representación. Una larga y letal lista de enconados adversarios.
Si vuelve a fracasar, Rajoy no podrá volver a presentarse.
Le tocará el turno al socialista Pedro Sánchez y no hay muchas certidumbres de que consiga triunfar, aunque los rechazos serán menores que los que pueda sufrir el líder conservador.
El proceso puede continuar sin ninguna salida. El Rey estará obligado a convocar nuevas elecciones si dos meses después de la primera sesión de investidura no se ha llegado a ningún consenso para formar un gobierno.