Recorrer más de 40.000 millas náuticas en menos de un año a bordo de un pequeño velero no se trata simplemente del último reto de un aventurero, sino del ambicioso proyecto de una fundación suiza para investigar la contaminación con plásticos que sufren los océanos del planeta.
Bautizada “Race for Water Odyssey” o R4WO, la travesía partió el pasado 15 de marzo de Burdeos y acaba de completar la primera etapa en Nueva York, tras atravesar el Atlántico con paradas en las Azores y Bermuda.
Su objetivo es recopilar en el menor tiempo posible datos sobre la concentración de plásticos en los mares de todo el mundo y, de esa forma, llamar la atención sobre el problema e impulsar soluciones para mitigarlo.
Según datos científicos, cada año el 10% de la producción global de plástico termina en el mar, donde un 80% de la polución está vinculada a este tipo de materiales.
“Estamos ante un enorme problema medioambiental, quizás el más grande al que nos hemos enfrentado”, dijo a su llegada a Nueva York el líder de la expedición, Marco Simeoni, un exitoso empresario suizo que es el principal impulsor de la iniciativa.
Como símbolo de la urgencia, pero también para acelerar las investigaciones, Simeoni y sus cinco compañeros viajan a bordo de un rapidísimo catamarán de 21 metros de eslora, capaz de alcanzar los 43 nudos de velocidad.
“Para hacer el mismo viaje con un barco normal necesitaríamos dos o tres años”, explicó el navegante suizo, quien subrayó que es necesario actuar “ahora” para frenar la contaminación marina.
Simeoni recordó a los periodistas que “los plásticos existen desde hace 60 años y hoy todos los océanos están contaminados con ellos”, mientras que el problema no deja de aumentar.
Su expedición ha decidido centrarse en investigar la acumulación de plásticos en islas situadas en los llamados “cinco vórtices” oceánicos, áreas en las que se concentra sobremanera la contaminación arrastrada por las corrientes marinas.
Lo hacen recogiendo muestras en playas y registrando la presencia de plásticos en las superficies con la ayuda de un pequeño “drone” que vuela de forma autónoma y toma fotografías a altísima resolución, que luego son analizadas por científicos de dos universidades que colaboran con el programa.
La apuesta de la R4WO cuenta con el apoyo de, entre otros, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que lo considera una forma “innovadora y excitante” de tratar el “enorme problema que los restos de plástico en el mar supone para el mundo”, explicó en Nueva York su directora para Norteamérica, Patricia Beneke.
“Es un problema inmenso y cada año es mayor”, señaló Beneke, que apuntó a los daños que los plásticos causan en los ecosistemas marinos, pero también a las consecuencias económicas que tienen para la pesca, el transporte marítimo y las zonas costeras que deben ocuparse de su limpieza.
Tras dejar Nueva York, la expedición se dirigirá al sur, cruzando por Panamá hacia el Pacífico y haciendo una escala en el puerto chileno de Valparaíso, antes de visitar la isla de Pascua y Hawái.
Desde allí, los investigadores navegarán hasta Tokio, Shanghái y Singapur, para luego analizar otra zona de islas en el sur del océano Índico y volver al Atlántico tras una parada en Ciudad del Cabo.
La R4WO estudiará el “vórtice oceánico” del Atlántico Sur con una escala en el archipiélago de Tristán de Acuña y luego se dirigirá a Río de Janeiro, desde donde iniciará el regreso a Francia, que incluirá una escala en Cabo Verde.
Se trata de una vuelta al mundo contrarreloj, que esperan terminar antes de que concluya el año, y que pese a la belleza de muchas de las zonas que visitará, tiene poco de idílico viaje de placer.
“Esto no es un crucero, es más bien un sufrimiento cuando uno mira al barco. No hay baños, sólo hay dos literas que tienen que compartir las seis personas y los nutrientes que llevan a bordo sólo podrían ser considerados comida por un astronauta”, advirtió el asesor de la expedición Franklin Servant-Schreiver.