Cerca de un millón y medio de brasileños protestaron este domingo pacíficamente en todo el país contra la presidenta Dilma Rousseff, que enfrenta un complejo panorama de tensión social, política y económica derivada en parte del gran escándalo de corrupción en Petrobras. La gobernante se encuentra en su peor momento político, ya que algunos exigen directamente su destitución.
La mayor protesta tuvo lugar en São Paulo, que convocó a un millón de personas, según la policía, vestidas en su mayoría con la camiseta amarilla y verde de la selección brasileña.
Las manifestaciones congregaron a otro medio millón de personas en unas 83 ciudades, en protestas que igualaron el tamaño de las celebradas en junio de 2013, cuando los brasileños salieron espontáneamente a las calles para pedir el fin de la corrupción y más gastos en transporte, salud y educación, en vez de en la Copa del Mundo.
Gran parte de los manifestantes reclamaron ayer el “juicio político” (destitución) de la Presidenta, que comenzó su segundo mandato hace menos de tres meses tras ser reelecta en octubre por un margen de apenas 3%.
Algunos también pidieron incluso una intervención militar que ponga fin a más de 12 años de gobierno del populista Partido de los Trabajadores (PT), una paradoja ya que este domingo se cumplieron justamente 30 años del retorno de la democracia a Brasil luego de una larga dictadura militar que comenzó en 1964 y terminó en 1985.
Era prácticamente imposible caminar entre la multitud que llenaba los 4 km de la Avenida Paulista de São Paulo, la capital económica del país, con 20 millones de habitantes en su área metropolitana.
Las protestas fueron también bastante mayores que las convocadas el viernes en apoyo de Rousseff y Petrobras por sindicatos y movimientos sociales afines al PT, que reunieron a 175.000 personas, según organizadores, y 33.000, según la policía.
Entre 45.000 y 50.000 personas marcharon hacia el Congreso en Brasilia, según cálculos de la policía.
El hartazgo de la corrupción parece ser la amalgama de muchos manifestantes que reclaman desde un golpe militar hasta la protección del Acuífero Guaraní. Mientras marcharon en familia, se sacaron selfies sin parar con sus teléfonos inteligentes y compraron agua de coco o gafas de sol a vendedores ambulantes.
La avenida frente a la famosa playa de Copacabana en Río de Janeiro fue colmada durante varias cuadras en un domingo soleado por unas 15.000 personas –según la policía– que coreaban “¡Fuera Dilma, fuera PT!” y juntaban firmas para destituir a la Presidenta.
Varios politólogos brasileños se vieron obligados a explicar en los últimos días en la prensa local que es imposible tener una “intervención militar constitucional”. La popularidad de Rousseff cayó 19 puntos en febrero, a 23%, y la Presidenta enfrenta una situación complicada en varios frentes.
La economía ha crecido muy poco en los últimos cuatro años y está estancada, hay déficit de cuentas públicas e inflación elevada y el real se ha devaluado casi 30%. El Gobierno impulsa un ajuste fiscal, pero esto disgusta a su vez su sector.