Por Joaquim Levy (*) - Frecuentemente se oye decir que el tipo de cambio está apreciado y por eso la industria patina. Ese discurso generalmente es acompañado de la percepción de que las empresa obtienen lucros excesivos y el mercado financiero fuerza demasiado, pero se pasa por alto la política fiscal.
Es curioso pues la tasa de cambio desvalorizada se basa en la teoría micro-económica neo-clásica, que afirma que la oferta de un bien aumenta con su precio. Exige que el precio de los productos industrializados suba, pero que los otros precios, incluyendo salarios e impuestos sobre la producción, no: si todo sube, el lucro real de la industria y su disposición a producir aumentarían más.
Por tanto, para que mover el tipo de cambio tenga contenido, debe discutirse que debe ser ajustado para que los precios relativos varíen como se pretende.
Ahí el discurso tiende a embarullarse, pues no siempre queda claro que el tipo de cambio, como buen precio que es, responde a las fuerzas de oferta y demanda, y tiende a apreciarse en consecuencia principalmente de dos factores: la demanda total por la cual se produce, y las facilidades del país para endeudarse.
El Real se valorizó en los últimos años porque hubo demanda para nuestros productos agrícolas y minerales y financiamiento externo abundante. Quizá la pregunta debería ser por qué la demanda externa creció más para los productos de esos sectores que de los de la industria. Tal vez por los costos de la industria, inclusive la carga tributaria, sean mayores que para los del campo y de la minería?
Como no se controla la demanda externa, la variable clave para el tipo de cambio termina siendo el otro componente de la demanda por productos nacionales, o sea, la demanda interna. La manera más eficaz de acomodarla, permitiendo que la moneda se ajuste es con menos gastos públicos. Congelamiento del crédito y aumento de impuestos de importación son costosos y generan ineficiencias y oportunidades para la corrupción. A pesar de eso ya fueron usados en Brasil sobre todo en los años cincuenta, después que se quemaran con estatizaciones y estímulos al consumo, las reservas internacionales acumuladas durante la Segunda Guerra Mundial.
Esas relaciones validadas por la historia se relacionan con el llamado trípode macro económico, porque este reconoce que las políticas monetarias y fiscales y el tipo de cambio marchan juntos. Menos gasto del gobierno ayuda a hacer caer los intereses, desestimulando el exceso de entradas de capital y modulando el tipo de cambio.
Si la política monetaria usa metas de inflación, esto es apenas una cuestión operacional que no elimina el papel clave de la capacidad del gobierno para reducir sus gastos corrientes, inclusive los más rígidos, en los ajustes del tipo de cambio.
Lo complicado es cuando se considera qué se precisa para hacer eso en cuanto se amplían los gastos públicos a no ser que haya un fortísimo choque de productividad en la economía con un sustancial salto de eficiencia y conocimiento y mucho menos burocracia y más libertad para que las personas asuman riesgos.
También es difícil fijar la inflación para que se comporte de forma que las personas puedan pagar sus prestaciones tranquilamente y comprando más bienes y servicios, en la estela de una desvalorización.
Los políticos entienden estas relaciones e intentan mantener el tipo de cambio apreciado el mayor tiempo posible, aún cuando el financiamiento y la demanda externa flaquean. Y subrayan las fuerzas externas cuando la mudanza se torna inexorable.
De esta forma en la mayoría de los países, la corrección en general solo acontece después de un buen susto o una crisis, porque el apriete fiscal, tener menos programas y novedades, no satisface a ningún gobernante y agrada a pocos electores.
(*) Joaquim Vieira Ferreira Levy (17 de febrero 1961) es un economista brasileño. Presidente de Bradesco Asset Management, una división de Bradesco, el segundo mayor banco privado de Brasil, estudió en la Universidad de Chicago; la Universidad Federal de Rio do Janeiro y en la Fundación Getulio Vargas. Casi con seguridad será el sucesor de Guido Mantega en la cartera de Hacienda en el segundo período de la presidenta Dilma Rousseff.