Las quejas de los empresarios respecto al Mercosur se colaron en la campaña de cara a las elecciones de octubre próximo en Brasil, durante un evento en el que participaron los principales candidatos presidenciales, encabezados por la actual jefa de Estado, Dilma Rousseff.
El llamado “Diálogo con los Candidatos” fue organizado por la Confederación Nacional de la Industria (CNI) y recibió por separado a Rousseff, que aspira a la reelección, al candidato socialdemócrata Aécio Neves, su principal rival, y al abanderado socialista, Eduardo Campos, que aparece en tercer lugar en las encuestas.
Uno de los asuntos centrales planteados por los empresarios fue la incapacidad política que el Mercosur tiene para avanzar hacia acuerdos comerciales con otros bloques, como la Unión Europea (UE), con la que negocia sin éxito desde hace quince años.
También criticaron las normas que impiden a los miembros del bloque (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela) negociar acuerdos comerciales en forma individual.
Según la CNI, en un escenario de deterioro económico como el que vive Brasil, con bajo crecimiento y elevada inflación, los acuerdos con otros países o bloques incentivarían a la industria, ampliarían los horizontes comerciales y favorecerían una retomada de la actividad industrial y de la propia economía.
Neves y Campos coincidieron en su totalidad y aseguraron que, en caso de ganar las elecciones del 5 de octubre próximo, se proponen plantear al Mercosur una revisión de sus cláusulas, a fin de que el país tenga “libertad” para negociar acuerdos comerciales.
Rousseff, por su parte, fue quien menos profundizó en ese campo y se limitó a atribuir el “encogimiento” del comercio internacional a la crisis que el mundo sufre desde 2008.
Aunque no aclaró en qué forma, aseguró que habrá “acuerdos con bloques económicos sin prejuicios” y que se buscará “más inserción en mercados tradicionales, como la Unión Europea, Estados Unidos, América Latina” y los países del BRICS, foro integrado por Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica.
El socialdemócrata Neves fue el más agresivo en ese sentido y condenó lo que calificó de “alineamiento ideológico” del Gobierno de Rousseff, del cual dijo que “amarra” a Brasil a un Mercosur alejado de sus principios y guiado más por la política que por el comercio.
“Sufrimos las amarras de la vinculación ideológica mientras el mundo avanza”, apuntó Neves, quien aseguró que Brasil “no debe romper” con el Mercosur, pero precisa “libertad” para establecer sus propios acuerdos comerciales.
Neves agregó que “es inconcebible que en los últimos años sólo se hayan firmado acuerdos con Egipto, Israel y Palestina” en el marco del Mercosur, mientras se “pierden oportunidades con la Unión Europea”, que “ya negocia con Estados Unidos, Canadá y muchos otros países”.
Campos defendió una “política exterior de Estado, no de partidos”, y afirmó que Brasil “no puede seguir condicionado al Mercosur”, aunque, al igual que Neves, sostuvo que no se debe romper con el bloque sino adecuarlo a las necesidades de sus miembros.
“Debemos poder hacer negociaciones en tiempos diferentes”, indicó Campos, quien dijo que los socios del Mercosur deben poder “discutir sus propias relaciones” con otros países y bloques.
En el plano interno, con algunos ligeros matices, los tres candidatos coincidieron en que es necesaria una profunda reforma tributaria en Brasil y en que se debe acelerar la inversión en áreas críticas, como infraestructuras, servicios públicos e innovación.
También estuvieron de acuerdo en que deben preservarse los avances del país en el área social y en que la educación tiene que estar en el centro de todo programa de Gobierno, sobre todo en lo referido a la formación de técnicos y profesionales en nuevas tecnologías.
Hasta ahora, las encuestas de opinión mantienen como favorita a la presidenta Rousseff, quien ganaría el 5 de octubre próximo con un 40 % de los votos, frente al 22 % que obtendría Neves y el 10 % de apoyo que se le atribuye al socialista Campos.
Esos resultados llevarían a una segunda vuelta, en la que la actual mandataria sería reelegida con una votación cercana al 40 %, contra el 35 % que lograría el candidato socialdemócrata.