Elogiado por los premios Nobel de Economía, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, encomiado por el influyente editor del diario Financial Times, Martin Wolf, y analizado en profundidad por el semanario The Economist, el libro de 650 páginas, Capital in the 21st Century, del economista francés Thomas Piketty, contiene un duro ataque al capitalismo y un rasgo que considera inherente a su funcionamiento: una creciente desigualdad que tarde o temprano será intolerable.
El mensaje recuerda (al igual que el título de la obra) las predicciones de Karl Marx sobre el inevitable antagonismo entre una minoría cada vez más rica y una mayoría cada vez más relegada.
No en vano The Economist apodó a Piketty el moderno Marx, pero entre las sorpresas de este supuesto heredero del autor de Das Kapital y el Manifiesto Comunista está el hecho de que fue recibido simultáneamente por la Casa Blanca y el Fondo Monetario Internacional para que explicara sus tesis.
En su reseña para The New York Review Paul Krugman buscó sintetizar el interés que despierta el libro.
Presenta un nuevo modelo que integra el concepto de crecimiento económico con el de distribución de ingresos salariales y riqueza. Cambiará el modo en que pensamos sobre la sociedad y la economía, escribió Krugman.
Piketty no es el primero en hablar del crecimiento de la desigualdad. El tema ha sido tratado por diversos autores, desde Joseph Stiglitz hasta el coreano Ha-Joon Chang, y mencionado como uno de los grandes desafíos de nuestra época por dirigentes políticos mundiales, comenzando por el mismo Barack Obama.
La diferencia es que Piketty revoluciona el análisis histórico con una comparación que abarca desde comienzos de la revolución industrial en el siglo 18 hasta nuestros días.
Según Piketty el crecimiento de la desigualdad es inherente al capitalismo porque la tasa de retorno o rendimiento del capital (R: rate of capital return) es superior a la tasa de crecimiento económico (G: rate of economic growth), relación resumida en la versión en inglés del libro como R > G (R mayor que G).
Piketty analizó la evolución de 30 países durante 300 años como explicó a The New York Times.
Si uno analiza el período desde 1700 hasta 2012 se ve que la producción anual creció a un promedio de un 1,6%. En cambio el rendimiento del capital ha sido del 4 al 5%, indicó Piketty al diario.
La consecuencia de este proceso es que a la larga el mismo crecimiento económico se ve afectado. En otras palabras, Piketty ataca de frente la idea de que la distribución de la riqueza económica es secundaria a la creación de la misma.
Esta tesis choca de frente con la premisa de la economía neoclásica (basada en Adam Smith y David Ricardo) que considera que la distribución de la riqueza es un tema secundario del crecimiento y que en economías maduras (desarrolladas) la desigualdad se reduce naturalmente.
Esta tesis se basaba en la llamada curva de Kuznets que postulaba que si bien las economías eran muy desiguales en la primera etapa de la industrialización, se volvían más igualitarias con el tiempo por virtud de un proceso de maduración intrínseco, resultado del crecimiento.
Kuznets desarrolló esta hipótesis en los años 50 y 60 al mismo tiempo en que el capitalismo gozó de sus 25 años dorados (1947-1973) en los que el crecimiento rondó el 4,5% anual.
Pero según Piketty este período es una excepción debida a factores históricos aleatorios e institucionales.
La gran crisis de 1914-1945 con la destrucción de capital por la inflación, las dos guerras mundiales y la Gran Depresión, sumado a cambios institucionales, como la creación del Estado de Bienestar, revirtieron un poco el proceso de creciente desigualdad que veíamos desde la revolución industrial, señaló a The New York Times.
En otras palabras, con laissez faire la tendencia natural es a la desigualdad. Por el contrario, la intervención de la historia, que afecta el rendimiento del capital y su inversión (guerras mundiales), y la del estado (redistribución) pueden torcer esta tendencia.
En su Historia del siglo XX, el recientemente fallecido historiador Eric Hobsbawm aporta otro ángulo que lleva a la misma conclusión: “Una de las ironías del siglo XX fue que la Revolución de Octubre, que tenía como objeto la eliminación del capitalismo, terminó salvándolo al obligarlo a reformarse y planificar su economía con políticas redistributivas como el New Deal, escribía el historiador británico a principios de los 90.
Con la caída del Muro de Berlín, el capitalismo volvió a sus viejas raíces del laissez faire, hoy rebautizadas como neoliberalismo.
”(Piketty) presenta un nuevo modelo que integra el concepto de crecimiento económico con el de distribución de ingresos salariales y riqueza. Cambiará el modo en que pensamos sobre la sociedad y la economía.
El libro de Piketty ha sido criticado desde dos perspectivas. Desde la derecha se ha reconocido la extraordinaria maginitud de los datos acopiados y comparados, pero se ha disentido con la tesis principal y con la pobreza de los remedios propuestos.
El semanario The Economist sintetizó en su última edición las críticas.
Muchos piensan que Piketty se equivoca al creer que el futuro será como el pasado, el siglo XXI como el XVIII y XIX. Otros agregan que, en realidad, es cada vez más difícil obtener una buena rentabilidad del capital invertido. Y además la mayoría de los super-ricos de hoy ha conseguido su riqueza gracias a su esfuerzo y no por herencia, señala el semanario.
Desde una perspectiva de centro izquierda, también se ha criticado a Piketty porque su tesis se mantendría dentro de los límites de la economía neoclásica.
El autor de Post Keynesian Economics: Debt, Distribution and the Macro Economy, el académico estadounidense Thomas I. Palley señala que esta limitación hace posible cambiar algo para que no cambie nada, vieja técnica del gatopardismo.
Piketty suministra una explicación de la creciente desigualdad en el marco neoclásico y centra el problema en la diferencia entre la rentabilidad del capital y el crecimiento. Este esquema neoclásico le hace enfocar el tema impositivo como el remedio sin prestar atención a las estructuras del poder económico”, señala Palley.
En una cosa todos coinciden: la desigualdad ha crecido en las últimas tres décadas. Segun The Economist hoy el 1% de la población tiene un 43% de los activos del mundo: el 10% más rico maneja el 83%.
El mensaje de Piketty es que esta situación va a continuar a menos que se pongan en marcha una serie de medidas progresistas globales como un impuesto del 80% a la riqueza (no solo al ingreso).
Más allá si este remedio forma parte del esquema neoclásico como critica Palley, dado el poder de lobby de los grandes capitales y, en muchos casos, su directo manejo de la cosa pública (la política económica de Barack Obama ha estado en manos de ex-banqueros de Wall Street), resulta bastante improbable que se pueda llevar adelante.
Y al respecto el mismo Piketty no es particularmente optimista.
Los niveles de desigualdad en Estados Unidos hoy son similares a los que había en Europa a comienzos del siglo XX. La historia nos enseña que este nivel de desigualdad no es positivo para el crecimiento económico o la democracia. La experiencia de Europa en el siglo XX no nos hace ser muy optimistas. Los sistemas democráticos no pudieron responder de manera pacífica y la situación solo se solucionó después de dos guerras mundiales y violentos conflictos sociales. Esperemos que esta vez sea diferente, señala Piketty.