Por Patricia Ruiz (*) - El dato es verídico, no hay un sólo mexicano residente en las Islas Malvinas, así llamadas por los argentinos, o las Falkland Islands así bautizadas por los británicos.
Apenas 3 mil personas habitan este archipiélago que ocupó los titulares del mundo en 1982, cuando Argentina y Reino Unido se disputaron su propiedad e iniciaron una guerra que perdió el país sudamericano. La beligerancia aún no cesa entre las partes.
A cambio de los mexicanos siempre tan presentes en cualquier parte del mundo, menos aquí, los extranjeros que viven y trabajan son de nacionalidad chilena, uruguaya y también hay algunos argentinos. La mayoría de esta representación latinoamericana, es contratada por los empleadores, para atender el sector turístico y en otros más del área de servicios.
Y es que la lejanía de este archipiélago, no impide la llegada de todas partes del globo, de los turistas. Unos arriban en cruceros de larga travesía, otros en vuelos comerciales procedentes de Chile o del Reino Unido. Los nativos de origen británico nada quieren saber de su contrincante argentino. Es impensable que haya intercambio comercial de ningún tipo. En el caso de los traslados de viajeros, los vuelos llegan siempre de Chile, y es más largo el trayecto, pues se tiene que tocar la parte última del continente: Punta Arenas.
Los británicos se quejan de la gobernanta sudamericana, achacándole presiones sin fin. Dicen que tiene fuerza política suficiente para presionar a sus vecinos sureños para cancelar sus relaciones comerciales con Falklands.
El ánimo anti¬-argentino llega al extremo de lo chusco, como borrar del mapa sudamericano a la nación de Cristina Kirchner en una taza que se vende como souvenir en un bar popular para turistas. Y lo que no se puede borrar así de fácil, es el sentimiento anti argentino que perdura después de 32 años de conflicto bélico, sobre todo en el ámbito gubernamental.
Hay otras distracciones fuera de la política y el conflicto bélico, ajenas a estas disputas territoriales. Aquel viajero que toca tierra en este lado del mundo, cerca de la Patagonia, con un mar tan azul semejante el color del Caribe, encuentra testimonios vivos de una de las mejores hazañas de sobrevivencia animal en condiciones extremas: los pingüinos.
Estos animales son los habitantes naturales de las islas desde hace siglos y se han extendido desde la Patagonia hasta la Antártida. Ni cazadores de ballenas, de lobos, ni bucaneros, consiguieron exterminarlos. Siguen viviendo aquí para comer, cazar, reproducirse, y criar a sus polluelos en un sofisticado sistema donde el macho se encarga de proteger el huevo, mientras la hembra abandona el nido para viajar. Y cuando el crío se desarrolla, demanda durante meses, atención y comida de la pareja adulta de hembra y macho.
También son visibles las focas, los leones y elefantes marinos, así como la presencia fugaz de ballenas, ballenatos y orcas aunque su aparición ocurre de vez en vez. Hay una gran variedad de aves y flora silvestre única en el planeta.
En medio de todo este terreno virgen, intocado, la mayoría no habitado, se presenta un inminente reto: el descubrimiento reciente de un gran yacimiento de hidrocarburos en aguas profundas. Su explotación ocurrirá en 2019. Lo que va a pasar es estas islas es hasta ahora desconocido. El gobierno de las Falklands está indagando, asesorándose, planeando, para encontrar la forma en que el impacto de semejante hallazgo del oro negro, que garantiza un millonario recurso, no lleve a la destrucción, deterioro o perversión.
Hasta ahora son pocos los inmigrantes que se aventuran a viajar miles de kilómetros de distancia para encontrar trabajo con excelentes condiciones salariales. Basta decir que las Falklands registran apenas 25 personas desempleadas, lo que representa el uno por ciento de su población total.
Y de los extranjeros que se animaron a vivir en una zona nada fácil por sus condiciones climáticas, no hay ningún mexicano, como lo pudo confirmar la embajada del Reino Unido en México.
Islas Falklands o Malvinas: ¿Cómo es vivir en el fin del mundo?
Seguramente es una pregunta que muchos nos hemos hecho; al menos en mi caso, ha pasado por mi mente en repetidas ocasiones, de ahí que cuando surgió la oportunidad de conocer un lugar que no es tan fácil de imaginar, no dudé en subirme al avión y comenzar esta larga expedición.
De entrada, debo aclarar que cuando digo que las Islas Falkland son un territorio que resulta difícil de imaginar, lo digo con toda honestidad y es que, desde que tengo uso de razón, lo único que sabemos (y que los medios nos han mostrado) de estas Islas es el enredado conflicto geopolítico que las rodea, a tal grado, que resulta complicado referirnos a ellas por su nombre, sin que alguien asuma que tomamos partido.
Personalmente les llamo Islas Falkland y no Malvinas, no porque esté más a favor de un país que del otro, sino porque así les llaman las personas que viven aquí. De hecho, este era una de los temas que más curiosidad me causaba y es que todos estos años, cada vez que escuchamos del conflicto de las Islas, sólo nos llegan las posturas oficiales, lo que dicen los políticos y sus gobiernos, pero nunca podemos saber lo que siente la gente real, lo que dicen esos 2,950 habitantes que, a final de cuentas, son los que viven, sufren y disfrutan de todas esas decisiones que, hasta hace unos años, se tomaban a cientos de kilómetros de sus vidas.
Sí, leyeron bien: 2,950 habitantes. En términos prácticos, podemos decir que hay más gente en un lleno del Teatro Metropólitan, que en el sorprendente archipiélago.
Llegar a las Falklands no es nada sencillo, al menos por la vía aérea, donde sólo un avión comercial entra y sale de las Islas cada fin de semana. Así, para llegar aquí desde la Ciudad de México uno debe tomar un avión rumbo a Santiago, pernoctar en la capital chilena y madrugar al día siguiente para continuar la misión en un nuevo vuelo que hará otra escala en Punta Arenas, pasar migración y finalmente dirigirse a Mount Pleasant, el modesto aeropuerto militar donde aterrizan todos los vuelos que llegan a estas Islas, además, de ahí todavía habrá que hacer un recorrido por tierra antes de llegar a Stanley, la capital de las Falklands, un pequeño poblado donde vive la mayor parte de la población de este territorio (dos mil de los 2,950 habitantes) y donde también se encuentra la principal infraestructura de las Islas: dos escuelas, un hospital, un supermercado y por supuesto, la Asamblea Legislativa y la casa de gobierno desde donde se gobierna a las Islas de manera autónoma desde el 2009.
Es mi primera noche en “el fin del mundo”, y una de las primeras cosas más impactantes cuando se llega a las Islas es la facilidad que uno tiene para disfrutar del paisaje y perderse en el horizonte. Parece una tarea sencilla y cursi hasta cierto punto, pero en una época en donde las grandes construcciones y los rascacielos se multiplican por doquier, encontrarme en un lugar en donde no hay ni edificios ni árboles que estorben la panorámica, resulta tan encantador como sorprendente. Hay pastos, musgos, arbustos y flores, ¡pero no árboles! según cuentan los locales, se debe a que el viento no lo permite.
Pero ¿cómo es vivir en el fin del mundo? Cómo viven los pescadores, cocineros, deportistas y comerciantes. En los próximos días, espero no sólo descubrirlo, sino también poder compartirlo con ustedes.
Cambio y fuera desde el fin del mundo.
(*) Patricia Ruiz integra un grupo de enviados mexicanos especialmente invitados por el gobierno de las Falklands a recorrer las Islas