El sector eléctrico brasileño opera en estado de “alarma amarilla” debido a una fuerte sequía que afecta la capacidad de generación de muchas plantas hidroeléctricas y hay temor en el gobierno de Dilma Rousseff que se repita el fenómeno que determinó la suerte del gobierno de Fernando Henrique Cardoso en 2001, forzado a racionar el fluido energético.