Por Leo Zuckermann (*) En las Islas Malvinas no se han puesto a descubrir el hilo negro ni se han complicado la vida en el diseño del mejor modelo de industria petrolera.
STANLEY-. Cuatro personas del gobierno de las Islas Falkland o Malvinas son las que manejan la industria petrolera. Su modelo es muy sencillo, difícil de entender para un mexicano: usar el sentido común. Cuando en 1998 descubrieron que tenían hidrocarburos en la plataforma marina que los rodea, tomaron la decisión, uno, de subcontratar todo para eventualmente beneficiarse de la extracción de crudo y, dos, no endeudarse ni un penique, dejando en garantía la posible riqueza que en el futuro saldría del subsuelo.
De acuerdo a la legislación local, el petróleo le pertenece al pueblo Isleño. Para regular la exploración y explotación de crudo, el gobierno estableció el Departamento de Recursos Minerales. Sus oficinas se encuentran en una casa donde trabajan Stephen Luxton, el director, y tres personas más. Ellos son los encargados de subcontratar los servicios de expertos, consultores, geólogos, investigadores y un gran etcétera.
No se han puesto a descubrir el hilo negro ni se han complicado la vida en el diseño del mejor modelo de industria petrolera. Estudiaron casos de éxito y legislaron las mejores prácticas internacionales. Paso a paso fueron aprendiendo, experimentando y estableciendo relaciones de confianza con las empresas privadas. De hecho, todo el riesgo se lo trasladaron a éstas. Las grandes petroleras no quisieron participar por el conflicto territorial que todavía existe entre el Reino Unido y Argentina. Fueron empresas medianas las que entraron. La primera ronda de exploración fue fallida, por lo que algunas corporaciones estuvieron al borde de la quiebra. No obstante, el gobierno de las Falklands no perdió dinero. Incluso ganó por la venta de licencias de exploración. Con eso pagó los costos del Departamento de Recursos Minerales. Más importante aún, aprendieron lecciones invaluables de cómo opera la industria petrolera.
En 2010 descubrieron el Campo del León Marino al norte de las Islas. Ahí esperan producir hasta 520 mil millones de barriles a partir de 2020. Los trabajos para la extracción van lentos porque las compañías que tienen las licencias de explotación (Noble, Premier y Desire) carecen de incentivos ahora que los precios del petróleo están en la lona. El gobierno de las islas tampoco está apurado: no tiene deudas que pagar ni una gran burocracia que mantener. Luxton lo tiene clarísimo: “Nuestro modelo de subcontratar todo tiene sentido en una industria tan intermitente como la petrolera”. Los que sí deben estar preocupados son los accionistas de las empresas concesionarias: tienen miles de millones de libras de capital hundidos en la exploración y primeros trabajos de explotación.
Cuando salga el primer barril de crudo, el gobierno local cobrará regalías de 9% sobre el valor de la producción más un 26% de impuestos sobre las utilidades de las empresas petroleras. Potencialmente esto significa un dineral para una pequeña comunidad que no llega a los tres mil habitantes. Los recursos, al parecer, los invertirán en un fondo soberano, al estilo de Noruega, aunque no han tomado una decisión definitiva al respecto.
Luxton ha viajado al país nórdico para aprender las lecciones de cómo un país chico debe manejar la riqueza petrolera. Está muy consciente, por ejemplo, de que cualquier planta, para agregar valor al crudo, traerá trabajadores de fuera, lo cual alterará dramáticamente el estilo de vida de la comunidad actual. Otro aspecto tiene que ver con el cuidado al medio ambiente. Luxton sabe que las dos industrias pilares de las Islas —la pesca y el turismo— dependen de manera fundamental de un medio ambiente impoluto. Por eso han impuesto regulaciones muy fuertes a los productores. Y sí, serán inspectores privados, subcontratados por el gobierno, los que las vigilarán.
“¿No tienen miedo de que las petroleras, con su mala reputación, no vayan a cumplir con lo acordado, máxime cuando se trata de un gobierno de una comunidad tan chica como la suya?”, le pregunto. “No. Hasta ahora todos han cumplido a cabalidad. Tenemos una relación de mucha confianza con ellos”, me responde. Quizá haya mucha ingenuidad en esta gente, naturalmente cordial, que está por enfrentarse a los veneros del diablo y su capacidad corruptora. Pero, sin todavía sacar un barril de petróleo de la tierra, lo han hecho muy bien. Han aprendido, tienen una diminuta burocracia, no se han endeudado y, sobre todo, no han perdido la cabeza con la perspectiva de ser inmensamente ricos. Un caso que demuestra que el sentido común sí funciona.
Twitter: @leozuckermann
(*) Periodista y columnista de diarios, radio y televisión de México