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Llegar al fin del mundo, Falklands/Malvinas

Martes, 23 de febrero de 2016 - 10:36 UTC
Al final pudimos aterrizar, con gran nerviosismo, en Mount Pleasant con unos ventarrones del diablo. Al final pudimos aterrizar, con gran nerviosismo, en Mount Pleasant con unos ventarrones del diablo.
En una de las barracas pasamos migración y aduanas. Íbamos contentos: habíamos logrado nuestro objetivo. En una de las barracas pasamos migración y aduanas. Íbamos contentos: habíamos logrado nuestro objetivo.
Nos trasladamos en una Land Rover conducida por una simpática inglesa originaria de Sheffield. Nos trasladamos en una Land Rover conducida por una simpática inglesa originaria de Sheffield.
Al cabo de una hora de traslado por una bella estepa, finalmente llegamos al Malvina House Hotel en Stanley. Al cabo de una hora de traslado por una bella estepa, finalmente llegamos al Malvina House Hotel en Stanley.

Por Leo Zuckermann (*) - Al cabo de una hora de traslado por una bella estepa, finalmente llegamos al Malvina House Hotel en Stanley. Paré, entonces, el cronómetro que puse a andar cuando salí en México rumbo al aeropuerto: casi 48 horas de viaje.

 Acepté picado por la curiosidad de conocer una pequeña comunidad en el fin del mundo. Yo, como chilango que disfruto de las grandes metrópolis, no acabo de entender el atractivo de vivir en un lugar tan chiquito y aislado del planeta.

No es fácil llegar a Stanley, la capital de las islas (población: dos mil 121). Sólo hay un vuelo a la semana de LAN Chile que sale de Santiago y hace una parada en la ciudad más austral del Continente Americano: Punta Arenas (Ushuaia está más al sur pero está en la Tierra del Fuego). La premisa del viaje es simple e implacable: si se pierde el único vuelo semanal, se acaba todo. Por eso, aunque el vuelo a las islas salía el sábado en la mañana, partimos de la Ciudad de México el jueves por la noche para llegar a la capital chilena el viernes en la madrugada. Aprovechamos ese día para comer bien en Santiago. A la mañana siguiente llegamos al aeropuerto cuatro horas antes que saliera el vuelo. Y es que, si perdíamos el avión, pues…

A mediodía arribamos a Punta Arenas. Ahí nos enteramos que había vientos huracanados en el aeropuerto militar de Mount Pleasant al que nos dirigíamos. El avión, por tanto, no podía viajar. Teníamos que esperar tres horas más a ver si mejoraban las condiciones. Pasado ese tiempo, nos avisaron que el mal clima continuaba; por tanto, la salida se prorrogaba más.

Nos preocupamos. Sabíamos que, si continuaban las malas condiciones climatológicas, la aerolínea eventualmente cancelaría el vuelo. Y el siguiente sería hasta una semana después. Estábamos, pues, a un par de horas de conseguir nuestro objetivo pero igual nos acabábamos regresando a México con un sentimiento de fracaso. De repente, después de tres horas más de espera, nos avisaron que abordáramos rápido porque se había abierto una ventana de oportunidad para aterrizar en Mount Pleasant.

Cuando estábamos a punto de aterrizar, la aeronave comenzó a dar vueltas. El piloto anunció que los vientos habían regresado. Era imposible bajar. Otra vez, tensión. Y es que la aeronave esperaría hasta que quedara combustible para regresar al aeropuerto alterno más cercano (supongo que Río Gallegos en Argentina).

Al final pudimos aterrizar, con gran nerviosismo, en Mount Pleasant con unos ventarrones del diablo. Es la primera vez que llego a una base militar. Junto a nuestro avión había una enorme aeronave de la Real Fuerza Aérea equipada con misiles. Prohibido, desde luego, tomar fotografías. En una de las barracas pasamos migración y aduanas. Íbamos contentos: habíamos logrado nuestro objetivo.

No del todo, porque, en cuanto salimos de la base, nos enteramos que todavía nos faltaba otra hora más de viaje por terracería hasta Stanley. Nos trasladamos en una Land Rover conducida por una simpática inglesa originaria de Sheffield. “¿Por qué te quedaste a vivir aquí?”, le pregunté. “Porque se vive muy seguro”, me contestó. Podría entender esta respuesta de un acapulqueño pero no de alguien que residía en la apacible ciudad de Sheffield. En fin…

Al cabo de una hora de traslado por una bella estepa, finalmente llegamos al Malvina House Hotel en Stanley. Paré, entonces, el cronómetro que puse a andar cuando salí en México rumbo al aeropuerto: casi 48 horas de viaje de puerta a puerta. Eso es lo que nos tomó llegar al fin de mundo.

Desde luego que no hay principios ni finales ni en medios planetarios. Pero, para un chilango como yo, estas islas atlánticas están lejísimos de nuestra civilización. Con todo, pienso que no está nada mal llegar a un sitio así en tan sólo dos días. No es nada. Nos demuestra cuán chico se ha tornado nuestro planeta. Mi abuelo, que venía de Europa, me contaba las largas y duras jornadas de su travesía marítima para llegar a lo que él consideraba como el fin del mundo: el Puerto de Veracruz. A su nieto le tocó vivir en un planeta que, desde entonces, se ha estrechado mucho.

Twitter: @leozuckermann

(*) Leo Zuckerman es un comentarista y académico mexicano. Estudió la licenciatura en administración pública en El Colegio de México y la maestría en Políticas Públicas en la Universidad de Oxford, Inglaterra. Cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia en Nueva York donde es candidato a doctor en Ciencia Política.

Trabajó para la Presidencia de la República en México y la empresa consultora McKinsey & Company. Fue secretario general del centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos.

Su columna, Juegos de Poder se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Artículo Sexto que se trasmite de lunes a viernes por Grupo Fórmula (en la ciudad de México por el 104.1 FM y la 1500 de AM). Es también comentarista del noticiero José Cárdenas Informa del mismo Grupo Fórmula. En el pasado condujo Imagen Electoral en Grupo Imagen y participó en la mesa de debates de los miércoles del noticiero matutino Hoy por Hoy de W Radio.

En televisión, fue uno de los anfitriones del programa Entre Tres de Televisión Azteca. Actualmente es analista de Noticieros Televisa y colabora en la sección “En la opinión de…” del Noticiero. Desde febrero de 2010 conduce el programa Es la hora de opinar en Foro TV.

En el año 2003 recibió el Premio Nacional de Periodismo por mejor artículo de fondo. En esta misma categoría, recibió el Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo del 2007. De acuerdo a la revista Líderes Mexicanos es uno de los 300 líderes de México.

Categorías: Política, Falklands-Malvinas.