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Malvinas: 'una patria chica desconocida para los uruguayos'

Sábado, 1 de marzo de 2014 - 15:47 UTC
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El grupo de legisladores junto al escudo del viejo Consulado de Uruguay en las Islas El grupo de legisladores junto al escudo del viejo Consulado de Uruguay en las Islas

La visita que realizamos a las Malvinas, junto a legisladores de distintos partidos, ha sido una lección interesante para descubrir una realidad desconocida, aunque esta cercana geográfica, cultural e históricamente a nuestro Uruguay.

Desde hace mas de 200 años Montevideo, nuestra Banda y luego el Estado Oriental del Uruguay, han tenido un contacto fluido con esos territorios australes, que emergen del Atlántico de camino la Antártida, de clima inhóspito que ha exigido a sus pobladores superar las inclemencias, la lejanía y adaptarse a un suelo poco productivo y a las tareas bravas del mar austral. Allí llegaron, con el paso de los tiempos pioneros, gauchos de estas tierras para introducir la ganadería, empresarios como Samuel Lafone que innovaba en nuestras tierras y también lo hicieron allí, británicos, argentinos, chilenos y otras nacionalidades que con el tiempo han ido conformando un crisol de más de 20 nacionalidades originarias de otros lados. También con el paso del tiempo, siempre es difícil identificar qué tiempo debe requerirse para considerarse “nativo” de un lugar, se iban sucediendo generaciones de familias que no son población originaria de las deshabitadas islas, pero que cuentan hoy con 7, 8 y hasta 9 generaciones.

Las Malvinas, a mil millas de nuestro Puerto, con una travesía marítima que no supera los cuatro días aún en condiciones adversas, pero apenas a 2 horas 40 de avión de nuestro aeropuerto, son un territorio desconocido para los uruguayos, no se conocen aquí sus potencialidades, el aprecio que su gente tiene por nuestra tierra y por los uruguayos en particular. Son unos vecinos exóticos, cuyas vicisitudes no preocupan como sin duda ocurre con cualquier otro pueblo de países vecinos. Sin embargo están tan cerca como Santiago, San Pablo, Asunción, La Paz y mucho más que Lima, Bogotá, Caracas, Quito, Rio de Janeiro, Brasilia, La Habana o cualquiera otra de las capitales de nuestro primer círculo de intereses. Pueden las Malvinas situarse indudablemente dentro de ese círculo cercano de Uruguay, a poco que las conozcamos y fortalezcamos la relación que tenemos con su territorio.

Un territorio de 20 mil kilómetros cuadrados, con una población de apenas tres mil habitantes, asentados muchos de ellos en el campo, el “camp” nombre que deriva de nuestra expresión castellana de la tierra, dedicados a la cría de ovejas, a la cosecha de lana, a la pesca y a primitivos servicios portuarios a quienes transitaban entre los océanos Atlántico y Pacífico a través del Cabo de Hornos-Magallanes. Una comunidad con cultura británica al estilo de la que señala a poblaciones características en muchos lugares de nuestra América donde se radicaron colonias de inmigrantes. Una realidad parecida a lo que ocurre en nuestro País en Nueva Helvecia, San Javier, Colonia Suiza, Colonia Valdense o en Brasil, Argentina o Chile en localidades con marcado acento cultural Alemán, Británico, Japonés, Palestino, Ruso, etc.

Esa realidad, con las particularidades que una sociedad insular, que no se recuesta sobre ningún cercano centro económico, cultural o social, que depende de sí misma para muchos aspectos de su supervivencia o desarrollo, debe demostrar para construir su identidad una gran capacidad de organización y un estoicismo que la realidad no le reclama a las sociedades continentales. Han superado un importante hándicap.

Y allí está ese territorio y sus habitantes, e increíblemente, a pesar de la sensibilidad de los uruguayos por las patrias chicas, para nosotros son desconocidos.

Esta visita, que también han realizado en el pasado reciente periodistas, productores rurales, empresarios de la industria de la lana, gente vinculada a la explotación pesquera, científicos e investigadores relacionados con la zona antártica, para nosotros ha sido un disparador, la constatación de una cercanía que nos obliga a analizar nuestra relación con el territorio y la comunidad de las Islas. Si bien para llegar a ellas fue necesario viajar durante un día entero, 24 horas, es posible pensar que el análisis inteligente sobre como acercarnos a ellas y acercarlos a nuestras costas, nos lleve a que unir Montevideo con Stanley apenas cueste no más de 3 horas, algunos cientos de dólares y con ello una conexión que desde el punto de vista social, cultural, y hasta económico nos beneficie mutuamente.